Opinión | Observatorio
Carme Poveda
Política industrial: el dilema europeo
La globalización se está transformando y exige que Europa se reposicione para no convertirse en irrelevante. De un mundo basado en el libre comercio, el multilateralismo y el principio económico de las ventajas comparativas, nos encaminamos hacia un mundo multipolar dominado por tres grandes bloques (EEUU, Europa y China) que buscan reforzar su autonomía industrial y tecnológica con medidas intervencionistas, donde se prioriza la seguridad de abastecimiento por encima del coste y, como consecuencia de todo ello, los precios subirán.
En este nuevo marco global más intervencionista, la UE parte con desventaja. Su fuerte dependencia energética exterior, que está intentando resolver con un fuerte impulso de las renovables, perjudica la competitividad de las empresas industriales europeas. La UE también tiene una elevada dependencia en algunas tecnologías críticas como semiconductores o baterías eléctricas, y en minerales estratégicos para realizar la transición energética, de las que depende mayoritariamente de China. Finalmente, la gobernanza europea sufre una falta de agilidad en la toma de decisiones que supone un gran obstáculo cuando se producen cambios disruptivos como los actuales.
Por otro lado, la UE también cuenta con una serie de ventajas que debe saber aprovechar. Su modelo de economía abierta basada en el multilateralismo la ha convertido en el principal socio comercial del mundo. Además, cuenta con un mercado interior de 447 millones de consumidores con ingresos medio-altos, que tienen un gran poder para establecer estándares normativos que acabarán siendo aplicados en todo el mundo. Sin olvidar el efecto Bruselas, por el que ha conseguido exportar a otros países su regulación ambiental, laboral, de protección de datos y, actualmente, los principios éticos en el uso de la IA.
La Unión Europea se encuentra atrapada en medio del fuego cruzado proteccionista chino-estadounidense. Por un lado, China ofrece ayudas millonarias para impulsar su plan verde y, por otro, la ley de reducción de la inflación (IRA) norteamericana ofrece generosos subsidios a la producción y compra de productos verdes made in USA. Ante este panorama, se presenta el dilema europeo. ¿Cómo reducir nuestra dependencia de China y a la vez competir con las generosas ayudas de la IRA, sin caer en una guerra comercial y de subsidios, que lo único que generaría es un empobrecimiento generalizado, mayores cotas de deuda pública y que incluso amenace el mercado único europeo? La solución más acertada sería la flexibilización de las ayudas de Estado o subsidios a empresas en ámbitos concretos (industria verde y tecnológica), combinada con la diplomacia asertiva y los acuerdos comerciales estables con países afines. Además de la necesaria reducción de burocracia europea y la agilización de permisos.
La apuesta por más industria
Para afrontar todos estos desafíos, Europa ha apostado por más industria. La política industrial ha pasado de ser prácticamente insignificante en las últimas décadas a ser la política más estratégica y con mayor presupuesto en la actualidad. El objetivo es hacer más resilientes las cadenas de producción europea para evitar crisis de abastecimiento, como ha sucedido en la pandemia o la guerra de Ucrania. Lo que se ha llamado la «autonomía estratégica abierta». Se trata de aumentar la capacidad industrial europea a lo largo de las cadenas de valor verdes y digitales, que son las que tendrán mayor crecimiento en el futuro, y reforzar así el papel relevante de Europa en el mundo. Todo esto pasa por producir dentro de nuestras fronteras más productos tecnológicos, más bienes industriales estratégicos (baterías eléctricas, paneles solares, turbinas eólicas, hidrógeno verde, etcétera) y por extraer más materias primas críticas necesarias para realizar la transición energética. La UE se ha propuesto cubrir con fabricación propia el 40% de su demanda de tecnología verde y extraer el 10% de las materias primas que necesita para la transición verde, en 2030. Será importante cómo comunicamos a la sociedad estas necesidades. Quizás debamos recordar que la industria no solo es importante porque garantiza nuestra autonomía estratégica, sobre todo lo es porque incrementa la productividad del trabajo, la competitividad exterior y el empleo de calidad. Además, la industria es el sector que realiza más inversión en I+D y también será el principal protagonista para cumplir con los objetivos de descarbonización en 2050. Más industria, más prosperidad.
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