Opinión
Emma Riverola
La maldad en las entrañas
Tenemos una infinita capacidad para rasgarnos las vestiduras ante la inhumanidad ajena y una empecinada miopía para no ver la propia. Sabemos de las atrocidades del nazismo o de la esclavitud y vemos en sus ejecutores las fauces del monstruo. En quienes diseñaron el mecanismo del horror, pero también en quienes callaron. ¿Cómo la ciudadanía alemana vivió impasible la persecución de sus vecinos judíos? ¿Cuánta indiferencia es necesaria? ¿En qué momento la maldad se cala en las entrañas?
Los barcos de negreros surcaron el océano Atlántico. Para alcanzar la máxima capacidad de los navíos, los cautivos viajaban hacinados, ocupando espacios mínimos. La tasa de mortalidad era alta, algunos por enfermedad, otros por suicidio, pero la balanza entre pérdidas y beneficios era rentable para los esclavistas. Produce escalofríos observar los croquis de la disposición de los esclavos.
Reino Unido sigue endureciendo las medidas contra los migrantes. Primero fue la idea de deportar a Ruanda a todas las personas que alcanzaran las costas británicas de forma irregular. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos consiguió detener el primer vuelo, pero la justicia del Reino Unido ha considerado legal la medida y seguirá adelante. Ahora, el Gobierno británico se dispone a alojar a 500 hombres solicitantes de asilo en un enorme buque, Bibby Stockholm, en la costa de Portland, en Dorset. La medida es defendida como un ahorro en los costes de alojamiento, y se alude al gimnasio y al bar de la embarcación como si eso pudiera salvar la imagen del buque: una inmensa y claustrofóbica prisión. Un encierro penoso para personas que sobreviven tras atravesar el infierno.
No es la primera vez que el Bibby Stockholm se utiliza para ubicar a migrantes. También lo usó con idéntico fin Países Bajos en la década de los 2000, aunque acabó descartándolo por el ambiente asfixiante que se generó en él. No es solo la política del Reino Unido. El catálogo de las atrocidades cometidas contra los migrantes es extenso y variado, pensemos en la valla de Melilla o en los CIE. Tratar a los migrantes como delincuentes es anunciar a la ciudadanía que no merecen dignidad, derechos ni compasión. Si se les puede encarcelar sin haber cometido un delito, si se les puede retener en peores condiciones que en una cárcel, si se les puede golpear y humillar, si ni siquiera se les considera dignos de pisar el mismo suelo, ¿en qué nos estamos convirtiendo? ¿En qué momento la maldad calará definitivamente en nuestras entrañas?
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