Opinión | La opinión del experto

Martín Caicoya

Genes, raza y enfermedad

Ilustración de un padre neandertal y su hija.

Ilustración de un padre neandertal y su hija. / TOM BJORKLUND

La llave para conocer y manejar el mundo se encontró en la taxonomía. Describirlo y clasificarlo significaría poseerlo. Así se empeñaron los botánicos en un esfuerzo ímprobo que coronó con el magnífico sistema de Linneo, una ordenación del mundo vegetal determinado por su aspecto, por lo que hoy llamamos fenotipo. Cómo encontrar identidad en la diversidad. Para ello había que encontrar unidades explicativas y constantes. Describir las partes de una planta: pétalos, sépalos, estambres, pistilos… Y reconocer la identidad de especie en el cambio, en la adaptación al medio. Clasificadas las plantas, Linneo se propuso clasificar a los seres humanos. Y lo hizo en cuatro razas.

El concepto de raza se aplica sin ninguna reserva a los animales. La RAE, prudente, la define como cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia. Qué caracteres, precisamente esos que permitieron a los criadores de animales elegirlos y fijarlos, ejemplarmente a los perros donde creo que hay más razas y más diferencias entre ellas: desde un Chiguagua a un Gran Danés. Cuando llegamos a los seres humanos la cosa se complica. Antes de Linneo hubo muchas clasificaciones y muchas más después, que iban unidas a formas de ser, como ocurre en los perros. Y eso era lo importante. Naturalmente, el blanco, ahora caucásico, sería la raza más desarrollada, la más alejada de la animalidad y la más próxima a la perfección humana. Otra cosa es la etnia, que como define la RAE es una comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etcétera.

Linneo se propuso clasificar a los seres humanos. Y lo hizo en cuatro razas

Aunque la idea de raza en la especie humana hace ya muchos años que se demostró equivocada desde el punto de vista genético, se mantiene como un sistema clasificatorio porque en cada una de ellas ocurre con más frecuencia alguna enfermedad. Lo que realmente designan es la herencia de alguna tendencia que se refuerza por la endogamia y el aislamiento.

No es que los africanos, de algunas regiones, por tener la piel oscura, los labios más carnosos, la nariz de base ancha y el pelo ensortijado, tengan más tendencia a la anemia falciforme. Es que una mutación que confirió al eritrocito esa forma de hoz los hizo más resistentes a la malaria y los que lo portaban sobrevivieron algo más y tuvieron una progenie más numerosa. Puede haber otras explicaciones, pero ninguna que tiene que ver con los caracteres que denominamos raciales. Caracteres que, por cierto, tiñen a las generaciones futuras para siempre: basta que un solo ancestro caucásico se haya cruzado con un negro para que todos los descendientes los sean. Por eso digo teñir. La mancha que tenía el protagonista de aspecto blanco, pero con un ancestro negro que ocultaba, en la novela de Philip Roth «La mancha humana», y su temor a que el color surgiera en su descendencia y lo descubriera.

Leo que una estudiante de psicología que se crió en España, adoptada muy temprano, se ponía cello en los párpados para que se parecieran a los de sus hermanos y a los de sus compañeros. Ellos le preguntaban si era china. Ahora quiere recuperar su identidad. La psicóloga especializada en esos temas pide que se les eduque reforzando su identidad. Así que, según esa idea, la identidad es una cuestión física, racial, no cultural. Como tengo los ojos rasgados y otras características, mi forma de estar en el mundo es, por ejemplo, china. Porque, además, los otros me ven así esperan que me comporte como tal. Lo que sea ese comportamiento. Digamos, bajo esa teoría, que unos genes que influyen en esos caracteres visibles además moldean la forma de ser: la identidad. Como a los perros. Pero a los perros se les seleccionó y crió precisamente para destacar un rasgo: pastor, cazador, etcétera.

Puede ser interesante, en esta discusión, las particularidades de la etnia askenazi, los judíos del norte. Hay, entre ellos, una demostrada alta frecuencia de científicos y artistas, entre otros. La teoría más aceptable es que tiene que ver con la educación, familiar y de grupo, pues vivieron muchos años aislados del resto de la comunidad, con alto grado de endogamia, una tendencia, esta última, que se mantiene en la actualidad. Esa endogamia hizo que ciertas enfermedades hereditarias ocurran entre ellos con más frecuencia. Algunas son por un defecto genético que impide producir enzimas. Se especula que ese trastorno metabólico puede facilitar una forma de ser y estar. Pero si fuera así, todos los genios de esa etnia deberían portar el defecto genético, y que yo sepa, no es así. Me inclino a pensar que es una cuestión cultural.

Aunque no se puede descartar que haya genes que faciliten ciertos aprendizajes, como los hay que nos hagan más tendentes a sufrir hipertensión, cardiopatía, cáncer etcétera. De ahí la importancia de la historia familiar que, de forma menos fina, se trata de conocer por la etnia o la raza. Las askenazis sufren con más frecuencia una mutación BRCA que las hace propensas al cáncer de mama. Pero la mayoría de las tendencias dependen de muchos genes y hace muy difícil, caracterizarlas. Todavía la historia familiar es el método más fiable.

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