Opinión | retiro lo escrito

Qué más te da

«Y a ti qué más te da», le espetó con un infinito desprecio Patxi López a un periodista que preguntaba sobre los diputados socialistas de cena postinera con su compañero Fuentes Curbelo. El periodista subrayaba el momento de la cena: durante el estado de alarma decretado por el Gobierno para contener la ferocidad de la pandemia. Porque es algo asombroso que estas señorías se vayan a cenar al reservado del bistro del Ramsés –un restaurante que con vino por medio te alcanza los 100 euros por cabeza– en medio del estado de alarma que tenía acoquinados y temerosos a los ciudadanos de su país y extenuados a médicos, enfermeros y auxiliares en los hospitales, mientras a diario morían cientos de personas. Sí me da, Patxi. Concretamente me da asco. Porque quizás ni uno de ellos recibió oferta alguna del diputado corrupto y corruptor, pero hace falta tener muy poca vergüenza política y ningún escrúpulo moral para hincharse en un restaurante de lujo mientras tu país lucha contra una de las crisis más duras y dolorosas que debió vivir en las últimas décadas.

Esta es la ejemplaridad que no existe en las élites políticas españolas y que no se gana con una perfomance de chillidos en el Parlamento. Algunos pensadores optimistas –como Javier Gomá– creen que esa ejemplaridad, la virtud pública, se ha perdido; yo sospecho que tanto en España como en Canarias nuestras élites políticas jamás la han practicado –salvo escasísimos ejemplos– y simplemente no se sienten concernidos por la misma. «La ejemplaridad debe ser un ideal de dignidad», escribe Gomá, que sin embargo admite que actualmente apenas se utiliza para despanzurrar al contrincante o adversario electoral. Yo no le pido a la política una pureza arcangélica –conseguir un bien implica a veces, tal vez demasiadas veces, transigir con maldades localizables– pero sí cierto pundonor, una conciencia de los límites, una porfiada voluntad de decencia, una humildad irónica y resistente contra el mal de altura que afecta incluso a los concejales de Parques y Jardines. No existe. Una de las frases que se intercambian habitualmente los políticos es esa maravilla admonitoria: lecciones, ni una. Si esa es la consideración que tienen con los que comparten la pomada imaginen la que reservan para el común de los mortales, los contribuyentes. Al final prima el sentido aristocrático por encima de cualquier diferencia y así puedes contemplar la despedida entre aplausos a un anciano ruin que ha traicionado amistades, siglas y compañeros por su miserable poltrona o el acuerdo para la reforma de un reglamento parlamentario que convierte el latrocinio es un truco de magia digno del mago Pop.

Ser invitado a un almuerzo muy caro. Que te prometan un coche y lo pruebes durante horas con el corazón en un puño. Que le regalen un perro a un amigo que quiere regalarte un perro. Que te paguen un viaje en primera. Gracias a un espantoso proceso de selección de élites resultan cooptados los más obedientes, los más lacayunos, los más simpáticos, los más estúpidos, los más inescrupulosos, los más tiburoneros. Imaginen a una sujeta que sin ninguna formación académica ni particular inteligencia consigue antes de cumplir cuarenta años ser senadora, alcaldesa y vicepresidenta de un Gobierno. ¿Qué puede opinar de sí misma? Que es dueña de un talento descomunal y de una capacidad abrumadora. Como aquel consejero del Partido Popular a final del siglo pasado, que después de jurar el cargo, se subió al coche oficial y ordenó al chofer: «Vaya con cuidado. Lleva a bordo a uno de los diez hombres más importantes de Canarias». Noches terribles en ciudades semidesiertas mientras en hospitales repletos morían asfixiados los enfermos, lejos para siempre de sus hijos o sus padres y tú en el Ramsés, pide el postre rápido, cabrón, que en media hora empieza el toque de queda.

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