Opinión | A babor

La agenda viajera del presidente Torres

Pedro Sánchez y el rey de Marruecos, Mohamed VI, reunidos el pasado mes de abril.

Pedro Sánchez y el rey de Marruecos, Mohamed VI, reunidos el pasado mes de abril. / EFE

Es costumbre que los presidentes del Gobierno de Canarias realicen a lo largo de su mandato tres viajes concretos y específicos, sin necesidad de que existan motivos concretos ni agenda para ello. Uno, ineludible, es una visita oficial a nuestro vecino Marruecos, que viene produciéndose prácticamente desde que Jerónimo Saavedra -un hombre con querencia reconocida por el reino alauita- inició siendo presidente. Desde entonces, todos los presidentes lo intentan, y alguno de ellos -el propio Saavedra, Adán Martín- hasta consigue ser recibido en Palacio. Para los marroquís un viaje oficial que incluya un encuentro con Sidi Mohamed es un éxito. Marruecos es un país donde la relación con el rey abre todas las puertas. Por eso, al final de su legislatura como presidente de Coalición Canaria, Román Rodríguez forzó un viaje a Marruecos, muy de última hora, en el que se anunció un encuentro real que jamás llegó a producirse. Tuvo que conformarse el entonces presidente con una recepción bastante deslucida en la sede de Asuntos Exteriores. En Palacio no quisieron saber nada del encuentro, porque Román se había pronunciado -siendo ya presidente- a favor de las posiciones polisarias de Carmelo Ramírez. Marruecos y el Polisario están en guerra desde hace años, una guerra interminable y que a veces se olvida, pero que existe más allá de los alto el fuego. Como aprendió rápidamente Pedro Sánchez, cualquier político que aspire a mantener buena relación con Marruecos debe ser muy prudente en relación con el Sahara. Y Ángel Víctor Torres es un tipo muy muy prudente. Ha retrasado su viaje al Sahara, sobre todo porque no le ha quedado más remedio en medio del salvaje torbellino de cambios con respecto al Sahara del Gobierno español, y luego esperando que los contenciosos que aún enfrentan a las islas y Marruecos a cuenta fundamentalmente de las aguas canarias, pero también de la posición beligerantemente polisaria de una parte de su Gobierno, se apacigüen. 

Ahora Torres quiere viajar al país vecino en las próximas semanas, cuando concluya la denominada Reunión de Alto Nivel que mantendrán en próximos días los gobiernos de España y Rabat, y en la que la presencia canaria -que el propio Torres garantizó ingenuamente no hace tanto- no va a producirse jamás, porque en materia de relaciones internacionales, Moncloa solo deja jugar en primera división a sus socios catalanes. 

El viaje de Torres, si realmente hay tiempo de que se produzca en esta legislatura será -a pesar de los retrasos- un viaje de escaso nivel diplomático, una suerte de excursión del presidente acompañado por el habitual grupo de empresarios con intereses en Marruecos que suelen acompañar a las delegaciones canarias cuando hacen turismo económico por África. 

Pero el de Marruecos no es el único viaje pendiente: Torres también quiere visitar Cuba y Venezuela, los dos países americanos donde hay una mayor concentración de población de origen canario. Allí se trata más bien de amarrar votos con promesas de más ayudas. Se trata de periplos nostálgicos, en los que no acuden empresarios porque no hay negocios que tratar, ni se producen más encuentros oficiales que los meramente protocolarios y con todo el disimulo posible: no da votos en Canarias hacerse fotos con Díaz-Canel o con Maduro. El primero no tiene el carisma de Fidel o la retranca de su heredero Raúl, y el segundo es un personaje detestado por los canario-venezolanos que residen en las islas o por sus parientes americanos que pueden votar en las elecciones locales, y que -en algunas islas y municipios pequeños- llegan a influir en los resultados. El Gobierno y algunos cabildos invierten mucho dinero en la comunidad canario-americana, sobre todo en Venezuela. Si Torres encuentra el momento adecuado para desplazarse a La Habana y a Caracas, hará probablemente lo mismo de siempre: ese turismo social característico de los presidentes en campaña, de casa canaria en casa canaria, hartándose de folías y guayoyos.  

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