La discapacidad física o psíquica no define a las personas. Las paraolimpiadas nos lo están recordando aunque con menos cobertura mediática que las Olimpiadas’2020 que acaban de concluirse hace un mes. Todos tenemos capacidades y discapacidades. No todos tenemos los mismos talentos ni las mismas disposiciones físicas. Todos somos, en algún sentido, paraolímpicos de la existencia.

Es fantástica, como modelos de reconocimiento social, la cultura del esfuerzo; cada uno según sus posibilidades. La cultura de la equidad que reconoce las diferencias y potencia las peculiaridades de cada cual. Considero que se trata de una cultura de la integración digna de ser potenciada y reconocida. Sería muy triste que los futbolistas de nuestra liga nacional se sintieran incómodos porque ninguno de ellos alcanzase la destreza de Messi o de Mpappé. Cada cual en su lugar y con su peculiaridad. Sin embargo, hay un posible peligro que puede rodear este gesto internacional. No sería adecuado contemplar este esfuerzo como la extravagancia de quienes buscaban en el circo a la mujer barbuda o al domador de leones.

Reconocer que la dignidad de la persona no depende de sus capacidades físicas o psíquicas es ya un importante resultado de este esfuerzo olímpico. Incluso podríamos ampliar el espectro y reconocer que cada uno de nosotros es el mejor en su propia modalidad. Es la exageración objetiva de reconocer que nadie es tan bueno en sí como cada cual. Nadie sería capaz de sustituir a nadie en su propia especificidad. Somos seres únicos e irrepetibles. Y cada cual digno y un don para los demás siendo lo que es.

La saga de “Campeones” y ahora “Campeonas” nos recuerda que todos podemos ser importantes y felices. Que nadie es incompatible con la vida en una sociedad del bien común. No estaría mal repetirlo para quienes no se lo terminan de creer: nadie es incompatible con la vida en una sociedad del bien común. Solo si se introduce el descarte como actitud y coordenada social sobraríamos algunos.

La dificultad y la resiliencia son actitudes importantes. Me ha llamado especialmente la atención la medalla de oro de un muchacho sin brazos. Hay que desbordar resiliencia y creatividad para lograr esos objetivos hasta el punto de que –imaginemos que se llama Nacho-, en las competiciones provinciales los participantes decían que estaban perdidos y se presentaba Nacho. Él no puede hacer todo, como yo tampoco lo puedo hacer.

¿Qué es una capacidad? Dicen que es la circunstancia o el conjunto de condiciones, cualidades o aptitudes, especialmente intelectuales, que permiten el desarrollo de algo, el cumplimiento de una función, el desempeño de un cargo. Para muchas cosas somos capaces, para otros verdaderos discapacitados. Seamos honestos a la hora de valorarnos y de valorar a los demás. Aún recuerdo aquella enseñanza, cargada de experiencia psicológica del bueno de Lucio González Gorrín: «No son peor que nadie; no soy mejor que nadie». Yo soy yo con mis capacidades y mis límites.

La vida vale porque es vida. A eso se le llama valor. Si a la vida se le atribuye otras categorías de utilidad y rendimiento, a eso se le puede llamar precio. La vida humana no tiene precio, tiene valor.

¿Me repido?

(*)DELEGADO DE CÁRITAS DIOCESANA DE TENERIFE