Calor, sol, playa, sonido de las olas… el silencio… con el verano llegó el tiempo del esparcimiento, el momento de las alegrías, de las sonrisas, de las ilusiones… ¿a dónde nos vamos?

Observo y pienso, «calor, verano y ¡con pandemia!» Algo que implica tensión, incertidumbre, control, zonas de restricciones y la pregunta se transforma en ¿a dónde nos podemos ir?

Observo y veo gente tensa, personas alteradas, problemas con el control de tanta tensión … veo el enfado, veo a esas personas, me las cruzo y me llega su enfado, incluso lo siento en mi y lo curioso es que en esta época «no toca», justo en verano no.

Hoy no hablamos de la velocidad que coge un coche que pasa de 0 a 100 en pocos segundos, no, hablamos de cómo pasamos de estar bien a estar a punto de estallar en «cero coma» y que justo ahora notamos más. Algo que antes veíamos que solía pasarle a algunas personas y que nos asombraba, ahora vemos que incluso empieza a pasarnos a nosotros, ¿cómo es posible? Pasamos de un leve malestar a un «no poder más» con esas ganas increíbles de estallar en breves segundos, como si de un turbo se tratase. Todos hablan de ese «maldito» malestar que hay en la población. Pero qué nos está ocurriendo para pasar de 0 a 100 y sobre todo cómo hacemos para no llegar a esos 100 y no lamentarlo después.

Para que una persona exteriorice el enfado debe ante todo estar enfadada por dentro, porque si estoy en feliz, enfadarme cuesta y le doy menos importancia a las cosas, ¿o no? La persona que está siempre enfadada debe ir en modo «rumiante», con un auto diálogo nada positivo confirmando lo malo de todo lo que ve sin dar opción a ver las cosas que puedan compensar ese malestar. Es la típica situación en la que cualquier cosa que le pasa es provocada por alguien externo, de quien en cierto modo se siente víctima y además no puede hacer nada… ¿o sí? El enfado se alimenta, puede crecer y entonces viene la ira. La ira es la hermana mayor del enfado, unida a voces que apoyan y ensalzan esos pensamientos, voces que no cesan y que hacen sentir a esa persona entre la espada y la pared.

Si volvemos a leer el párrafo anterior lo que vemos es que todo ello es un proceso de «rumiación» negativa constante que no cesa y que nos va alimentando negativamente.

Partimos del hecho de que enfadarse es una reacción biológica sana, desde una interpretación de una situación ofensiva para nosotros y donde sentimos que de alguna manera tenemos que defendernos o reaccionar para hacernos respetar. Pero lo que hagamos con ese enfado ya dependerá de nosotros, porque o bien podemos utilizarlo positivamente hacia nosotros, reaccionando y tomando cartas en el asunto de una manera constructiva, o bien, cuando desde el darle vueltas y sentirnos atrapados en esa emoción o situación hace que de forma destructiva reaccionemos y vayamos a más, que no consigamos gestionarlo ni pararlo en nuestra cabeza y justo ahí llegue la explosión. Una manera de gestionar el enfado de forma constructiva es ante todo primero el reconocerlo, para luego poder expresar y exteriorizarlo en un tono y modo adecuado. Pero si actuamos desde nuestros pensamientos tóxicos, alimentamos la sensación de sentirnos utilizados, maltratados, insultados o un largo etcétera haciendo que crezca ese enfado.

Y es justo ahí, como la salida de un fórmula 1 se tratase, llega ese subidón de rabia que te consume y te hace estallar, y como decía, para enfadarse había que estar enfadados por dentro, ¿verdad?. Pues pensemos. Llevamos más de un año en tensión, con miedo, frustración, viendo que las cosas no avanzan como querríamos, estando limitados y más, y más, y más, ¿entonces? Ya estamos enfadados por dentro, nos sentimos víctimas de situaciones que no dependen de nosotros, que nos manipulan, que nos engañan, que nos están haciendo sentir lo peor y aún más, sin salida. Es normal que estemos burbujeando por dentro y que el estallido venga por cualquier motivo y lo peor es que lo cobre quien no debe.

Por lo tanto, intentemos disfrutar de estos días. Cambiemos ese enfado interior por una felicidad que de verdad existe y alimentemos esa parte positiva. Esa parte que a pesar de lo pasado nos lleve a evitar la ebullición y buscar una posible víctima sobre quien descargar nuestra tensión. Acallemos esas voces internas y busquemos empatizar con quien nos rodea porque todos buscamos el mismo objetivo, vivir unos momentos felices.