En la pasada legislatura, cuando estaba un tinerfeño en presidencia de Canarias, el mantra era que las islas estaban sometidas al férreo control de esta isla acaparadora. El presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, sacó a pasear las partidas de nacimiento de los jefes de servicio y altos funcionarios de la Comunidad Autónoma, nacidos en municipios tinerfeños, asegurando que desde esta isla de Mordor se controlaba a todas las demás.

No recuerdo que la denuncia produjese a nadie en Gran Canaria vergüenza ajena. Que nadie se llevara las manos a la cabeza diciendo “pero qué está diciendo este tío”. Morales tiró para adelante, sacando incluso porcentajes de nacidos aquí o allá, desvelados a través de una comisión de depuración de expolios y robos a Gran Canaria creada en el cabildo de su isla donde, por cierto, solo a efectos de memoria, estaba de vicepresidente nuestro actual presidente de Canarias.

Desde que se firmó el Pacto de las Flores, con presidente y vicepresidente de Las Palmas, el robo y el desequilibrio se han terminado. Ya no hay denuncias de Antonio Morales y durante dos años parece que Tenerife no le ha robado nada a su indignada vecina. Me pregunto si los jefes de servicios autonómicos nacidos en esta isla han sido silenciosamente ejecutados por comandos de depuración de Gran Canaria o si bastaba con poner un presidente del Gobierno de Las Palmas para que se hayan convertido en fervientes regionalistas amarillos, como Morales.

Hay cosas del pleito que nunca cambian. Pero hay otras que han sido demolidas por el paso de los años. Aún recuerdo los sudores que pasaron algunos presidentes para cumplir a rajatabla con lo de las sedes alternantes de la Presidencia del Gobierno. Hace unos años, nombrar un presidente y un vicepresidente de la misma isla sería impensable. Una locura política explosiva. Ahora es usual. Y tanto Saavedra como Hermoso, por citar solo dos presidentes, hicieron milagros para vivir en las dos capitales, repartiendo forzosamente el tiempo, porque sabían que estaba todo el mundo al acecho.

Esa vieja preocupación, por ejemplo, ya no existe. Es más fácil que se produzca el aterrizaje de un platillo volante con alienígenas procedentes de Alfa Centauro en la Plaza de España, que tropezarse una noche con el presidente Torres caminando o cenando en algún lugar de Santa Cruz. Torres vive en donde vive, que es Las Palmas, viene a trabajar a la sede de la Presidencia y al Parlamento y se manda a mudar a su casa y a su isla en cuanto puede. Y, por cierto, es de lo más normal.

Lo que no es tan normal es que aunque la sede de la Presidencia toca esta legislatura en Santa Cruz, no haya recibido aún oficialmente al alcalde de la cocapital de Canarias. No sé si es una tocada de narices porque los nacionalistas le levantaron al PSOE el ayuntamiento que estos previamente le habían levantado a ellos. O es simple dejadez institucional. O es que José Bermúdez le cae como una patada en el epigastrio. Pero esas cosas son feas.