Casimiro Curbelo abrió el tarrito de sus esencias ayer, en una mañanera entrevista de la SER, en una intervención sorprendente porque era profundamente anticurbeliana. Era, en efecto, Casimiro contra Curbelo, o Curbelo contra Casimiro, y algunos se persignaron presos del horror ante una posesión diabólica tan redundante. El presidente del Cabildo de La Gomera desde hace más de treinta años –cuando CC se despertó don Casimiro ya estaba ahí– ha dado suficientes muestras de astucia, inteligencia, discreción y apetito caníbal. Pues, bien, cuando aún faltan casi dos años para las próximas elecciones Curbelo advierte que mantiene y ha reforzado su propósito de exportar su franquicia político-electoral a otras islas –empezando por Tenerife, La Palma y El Hierro– y que incluso se le antoja necesario que la Comunidad autónoma cuente con un presidente que no proceda de Tenerife o Gran Canario, sino, por ejemplo, gomero. Incluso se animó a contar que pocas horas después, después de la sesión plenaria del Parlamento, tenía previsto almorzar con un grupo de dirigentes o exdirigentes sedicentemente socialistas del norte de Tenerife. «Igual al presidente del Cabildo le amargo la cena», insistió irónicamente y pletórico de si mismo.

El ecosistema de poder del curbelismo funciona como un reloj suizo, pese a circunstanciales crisis personales, políticas o judiciales, y nadie duda de la fortaleza de su estructura clientelar en La Gomera. Tiene únicamente un defecto; el curbelismo, el asejerismo, desaparecía en caso de jubilación o desaparición en el Himalaya para nunca más volver de su creador, a la vez dios menor y sumo sacerdote en el cosmos isleño. Segundo característica: el curbelismo, tal y como hay diseñado su desembarco en el poder autonómico, debe mantener cierta ambición de expansión territorial y electoral. Cualquier retroceso podía ser entendido como una debilidad, el signo de una tormenta, la profecía autocumplida de una rápida crisis terminal. Tercera característica y última: el curbelismo debe explorar constantemente sus límites. ¿Hasta dónde puedo llegar con Ángel Víctor Torres? ¿Puedo tirarle de esos pelicos que se peina tan artísticamente en el occipucio? ¿Puedo pedirle más cosas, más pasta, más influencia, más enchufes, si le digo que, en realidad, Pedro Martín no debe temer nada? ¿Por qué no puedo meter a más peña en Promotur, que es esa chorrada de la RPT? ¿Y si les dejo claro lo que haría si me siguen diciendo que no? Pues se los voy a dejar claro, cristalino, inequívoco. Hola pibe, voy a almorzar esta tarde con socialistas caídos en desgracia o en la desilusión. Cu-cu. Olvídate de mi integración en el PSOE. Eres tú el que vas a tener que integrarte conmigo. ¿O prefieres que me vaya?

También puede tratarse de que esté aburrido. Dicen que el emperador de Abisinia se aburría tanto que un día simuló su suicidio y espió la reacción de los que eran sus más fieles vasallos, y vio alegría, entusiasmo, esperanza, es decir, cabezas que cortar de inmediato. También contó Curbelo que antes de fin de año se producirían destituciones y nombramientos en el Gobierno: una de las salidas afectaría una consejería relevante. Aquí lo que demuestra el Señor de las Moscas es una crueldad digna de un rey bizantino, porque el cambio no es otro que el de Yaiza Castilla, que él mismo propuso como consejera de Turismo, pero que ha terminado por creer que puede pensar y decidir por sí misma. Solicitará a Torres la destitución de Castilla y el nombramiento de Teresa Berástegui, siempre esperanza rubia y encantadora y que no tiene ningún problema en no pensar por su cuenta. De hecho se ha construido toda una carrera política exitosa sin hacerlo.