Hay cierta izquierda extrema, independentista marxista leninista ecologista —y échale una chayota— que tiene una curiosa teoría donde mezcla la autarquía franquista, la pesadilla comunista y el ideario económico de Gabi, Fofó y Miliki. Y de vez en cuando nos dejan alguna perla de esa ecléctica sabiduría económica.

Su teoría perroflautista oficial consiste en alcanzar la soberanía alimentaria produciendo aquí todo lo que necesitamos y pagándole a los agricultores un precio justo (léase justo como más caro). Esta bienintencionada ingeniería social para discriminar en favor del terruño nos llevaría a que aunque podamos importar un kilo de papas israelíes a un euro el kilo, lo “justo” sería que las paguemos a cinco euros el kilo y producidas aquí.

Si pagamos las papas a cinco euros el kilo el consumidor se jeringa, porque se empobrece, pero el agricultor canario podría comprarse, por ejemplo, una camisa más cara (porque el comerciante canario profundo, también querría un precio justo). El de la tienda, a su vez, podrá comprar las papas más caras. Lo cual producirá que el agricultor pueda comprar ropa más cara. Y como en una película de los hermanos Marx y Engels, el agricultor venderá las papas cada vez más caras y el comerciante venderá más caras sus camisas en un divertido proceso inflacionario mutuo e infinito en el que un kilo de papas y una camisa lleguen a costar un millón de euros.

Todo independentista marxista leninista ecologista tiene dentro de su alma, profundamente canaria, una maceta en la que quiere plantar un país autogestionario y soberano, lleno de nubes blancas, canarios flautas, placas solares, molinos eólicos, bicicletas que circulan de aquí para allá y huertas plantadas con todo tipo de productos: el jardín del Edén de las Hespérides. Nada que objetar, porque aquí cada uno tiene el sueño que quiera. Y es verdad que también hay por ahí pesadillas peores.

El problema es que vivimos en unas islas muy empinadas y muy malas para las bicicletas. Y con riscos donde malamente se pueden plantar aguacateros. El mundo, al final, se basa en el comercio: comprar lo que no tienes o no puedes producir y vender lo que haces mejor o más barato que los otros. Canarias no tiene suelo, ni agua abundante para la agricultura. No tiene minas ni para un lápiz. No tiene ríos, salvo los hijos del inolvidable don Victoriano. No dispone de materias primas, aunque haya primos para parar un tren, una regasificadora, el puerto de Fonsalía y lo que haga falta. La industria es imposible. Y el campo es un restaurante con mesas de madera.

Sin comercio y sin turismo seríamos una especie de cárcel atlántica donde los felices habitantes se pagarían a sí mismos salarios multimillonarios con una moneda hecha de conchas de burgado y beberían leche fresca de las cabras, vecinas de la cueva de al lado. O sea, justo como hacían esos tipos estupendos que hoy nos enseñan sus dientes de momia en los museos canarios. El buen salvaje con el que sueñan los que sueñan con las ovejas eléctricas renovables.

El recorte


De chiste en chiste

El sentido del humor es el último refugio de la cordura. Y así ocurre que, cuando todo parece contagiado por el virus de la crispación y la crisis, la gente huye en masa hacia el país de la risa. Desde que la Ley Trans se ha hecho realidad, las redes están en llamas con todo tipo de memes. Uno de los de más éxito es el que anticipa una posible crisis constitucional. Plantea que la infanta Sofía acude al registro civil y se cambia de sexo para hacerse hombre, con lo cual se alteraría la línea sucesoria y ella pasaría a ser el futuro rey de España en sucesión del actual monarca, su padre Felipe VI. Se trata del efecto de un anacronismo constitucional heredero de la vieja Ley Sálica que privilegiaba a los hombres en la línea dinástica de las monarquías. Estamos hablando de un chiste pero, al mismo tiempo, de un tema bastante serio. Uno que compite en las redes con otras humoradas similares en donde los machistas violentos también se cambian de sexo para pegarle una paliza a sus parejas sin poder ser acusados con la actual ley. Aunque todo se mueve en el terreno de la exageración, lo que plantean estas reflexiones no es tan descabellado. Y con las nuevas normas en la mano es perfectamente posible. El precio de la libertad de todos es que a veces permite la irresponsabilidad de unos pocos. Así que me temo que dentro de no mucho tiempo el Gobierno anunciará dos cosas: la transición del sexo femenino al masculino será automática y absolutamente libre. Pero la del sexo masculino al femenino estará sometido al dictamen de un Comité de Salud Pública, compuesto por organizaciones feministas, que dictaminará la procedencia o no de la autorización. ¿Otro chiste? Puede serlo. O puede que no tanto.