En época de crisis –ya sea ésta económica, social o sanitaria–, es el mejor momento para hacer un cambio. Los cambios, si se estudian con objetividad y profesionalidad, siempre vienen bien. Si lo hacemos de manera individual cuando sufrimos una crisis personal –variando el vestuario, pintando la casa, cambiando de trabajo y/o de pareja, meditando o viajando–, con más motivo se debe hacer cuando se es responsable de una empresa; o de un sector estratégico, si se es responsable de una determinada administración.

Cuando en 2019, ayer como el que dice, la multinacional de viajes Thomas Cook quebró, dejando a más de 600.000 turistas «tirados» por los hoteles y aeropuertos de medio mundo sin poder volver a sus casas, anulando miles de reservas que comprometía la supervivencia económica de hoteles y apartamentos que dependían de dicho flujo, se habló de hecatombe. Cuando a los pocos meses le siguió TUI, el mayor turoperador del mundo, rescatado por tercera vez, y a última hora, por el gobierno alemán poniendo sobre la mesa miles de millones, se habló del fin de una era. En ambas ocasiones se pidieron rescates para las empresas, ayudas para el sector; incluso hubo empresarios que amenazaron con hacerse el harakiri personal y empresarial.

Pero la realidad siempre se supera a sí misma. Algunos que llevamos escribiendo hace tiempo sobre estos temas, advertimos en su día de que no era muy buena idea poner todos los huevos en una misma sesta –refiriéndonos al sector turístico, claro está–; porque cualquier día nos podíamos quedar sin los huevos (véase las consecuencias económicas que sufrimos por lo de Thomas Cook y la TUI) o, aún peor, podría venir algo así como una pandemia y quedarnos también sin cesta. Que es, exactamente, lo que sucede cuando los sectores económicos de una sociedad no están diversificados y se apuesta, como es el caso de Canarias, casi en exclusividad en el sector turístico.

Y, de pronto, ha surgido lo inimaginable: el cero turístico. Aunque para ser precisos habría que llegar incluso a mencionar niveles negativos, porque el cero ya es mucho. Y de este panorama desolador partimos. Y tenemos que hacerlo sin olvidarnos por el camino de nadie. Porque en este dramático caso, lo principal son las personas; las empresas también, pero las personas con nombres y apellidos son las que más han (?) sufrido: muertes y enfermedades por culpa del Covid-19, Ertes, despidos, deudas a las que no se le puede hacer frente, colas del hambre, depresión, pobreza energética, migración forzada en búsqueda de nuevos horizontes… etc.

Por todo ello, ahora es el momento de intentar hacer las cosas bien. Diversificar en lo que podamos nuestra economía, que también pueden ser productivos nuestros campos, nuestra industria, nuestros ganados, la pesca, la innovación y el estudio científico…; y, con respecto al sector turístico, intentar hacerlo mejor; cambiando el desgastado binomio de sol y playa por otro más renovador y sensorial. Que para eso tenemos historia, paisajes y tradición cultural y gastronómica para dar y regalar. Que disponemos de los hoteles vacacionales probablemente mejores del mundo, y de un personal profesional dedicado y preparado. Que, además, debemos apostar por una economía circular, por la descarbonización, por mejorar nuestra conectividad; y, por supuesto, por una seguridad sanitaria que debe ser el eje principal de toda actuación a futuro. Así como desarrollar nuevas tecnologías que sirvan para que nuestro turismo sea más competitivo. Porque no podemos olvidar que somos un destino líder y que debemos apostar por el lujo, la excelencia y la calidad como mejor modelo de fidelizar a nuestros clientes y como posicionamiento ante nuevos mercados.

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