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En el Mar de Galilea

Los que entienden de estas cuestiones nos explican, por qué es fácil y frecuente que se forme un temporal en el Lago de Galilea. Hay peregrinos guardan algún recuerdo de este tipo. Cuando sucede en alguna peregrinación, todos se asustan, se protegen como pueden, y luego lo vienen contando.

Aquello que nos narra el evangelio de este domingo, tuvo que ser muy fuerte: “las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua”. Los discípulos luchaban contra la tempestad, contra el mar embravecido, mientras Jesús estaba en la popa dormido sobre un cabezal, hasta que se deciden a despertarlo, agobiados y llenos de miedo, diciéndole: “¿No te importa que perezcamos?”

“Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma”.

Era lógico que los discípulos se quedaran desconcertados y llenos de miedo y se dijeran unos a otros: “¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!”

Nosotros, los cristianos, sabemos perfectamente quién es. Es el Hijo de Dios, el que ha creado aquel Lago hermoso, aunque alguna vez produzca algún susto, pero Él lo gobierna todo con poder, como hemos recordamos en la primera lectura.

Por todo ello, reprocha a los discípulos: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”

¡Con hechos y palabras Jesús les va adentrando en el camino de la fe. Y ellos, poco a poco, se van abriendo al misterio!

Aquella barca simboliza nuestra vida, nuestra familia y la vida de la Iglesia que surca el mar de la historia. ¡Y aprendemos aquí la importancia de recordar y vivir conscientes de que en la embarcación de nuestra vida y de la vida de la Iglesia va el Señor! ¡Puede parecer que está dormido, pero está, va con nosotros!

Y eso supone un estilo de vida: de oración, de lectura de la Palabra de Dios, de recepción frecuente de los sacramentos, de unión y vinculación intensas con el Señor y con los hermanos…

Nos dice el Evangelio que otras barcas lo acompañaban. Pero sólo en una de ellas va el Señor.

Así sucede muchas veces: Que no siempre va el Señor en la barca de nuestra vida porque puede parecernos que no lo necesitamos o, sencillamente, que no nos interesa; que, por nosotros mismos, somos capaces de defendernos de todas las tempestades. ¡Lo característico de nuestra época consiste en echar a Dios de casi todas partes! ¡Reducirlo a las iglesias para los nostálgicos! ¡Y así nos va!

¡A todos nos hace sufrir el “sueño de Jesús”, el “silencio de Dios!” ¡Tantas veces parece que está dormido!, ¡que no está!, ¡que no dice nada!

Sin embargo, en medio de todo ello y, cuando llegue el momento, Él nos responde con un amor inmenso, nos atiende con calma, y no va adentrando en el misterio…

Además siempre podemos despertarle…, aunque nos reproche nuestra falta de fe.

Recuerdo aquel canto que dice: “Cristo está conmigo, junto a mi va el Señor, me acompaña siempre, en mi vida, hasta el fin”. Y las estrofas van diciendo: Ya no temo, Señor, la tristeza, la soledad, la noche, la muerte y la eternidad… Es un canto fácil y muy bonito.

También en el salmo 22 proclamamos: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo”.

Con el salmo responsorial demos gracias al Señor porque, a pesar de todo, Él sigue en nuestra barca en el mar de Galilea de nuestra vida de cada día.

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