La carga emocional de los brutales asesinatos de las niñas en Tenerife ha despertado indignación y el estupor. Pero no estaría mal que además de la ira aprendiéramos, para el futuro, la importancia de contar con unos procedimientos adecuados. En el caso del secuestro de menores, las primeras horas son de una importancia capital. De cómo se reaccione por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado depende a veces el éxito en la localización de los delincuentes. La Guardia Civil está analizando —y hace bien— si se pudo hacer algo mejor en la secuencia temporal de los acontecimientos. Del auto de la magistrada de Güímar se desprende que a las 22,30 horas, aproximadamente, la madre de las pequeñas y un agente de la Guardia Civil —desde un cuartel de este cuerpo— hablaron con el padre que se las había llevado, quien manifestó —al parecer al propio agente de la autoridad— que se las iba a llevar para siempre. A las 23,15 horas, casi una hora después, una patrullera de la Guardia Civil levantó una propuesta de sanción contra el asesino, al que localizaron e identificaron en su lancha incumpliendo el toque de queda. Si en esos momentos ya se hubiera lanzado una alerta general a todas las unidades de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, el padre habría sido inmediatamente detenido. El daño irreparable, a esa hora, ya estaba hecho (las niñas habrían sido asesinadas, según la cronología de los acontecimientos que conocemos) pero él habría sido inmediatamente capturado. El trabajo de la policía en este caso ha sido irreprochable. Pero todo es mejorable. Y si la cronología de los hechos fue la que dicen que fue, la velocidad en transmitir la información a todos los agentes habría logrado cambiar al menos una parte de esta triste historia: aunque no fuera, desgraciadamente, la más importante.