Nuestro país decidió aplicar una importante carga fiscal sobre los combustibles fósiles y sobre el precio de la energía. Los impuestos indirectos son maravillosos porque no se perciben por los usuarios. Cada vez que llenamos el tanque del coche o encendemos la luz estamos pagando impuestos. Por cada euro de de gasolina que ponemos en el tanque estamos pagando otro euro de impuestos. En el caso de la luz es incluso peor. El precio real de la energía —el de costo “de fabricación”— tiene un peso en la factura que está en torno al 24%, mientras que el de los peajes anda por el 55%.

Además de esto, el mercado eléctrico en España —cuyo entendimiento solo está al alcance de los teólogos— plagado de reguladores y regulaciones, está gravemente alterado por las sanciones que hemos puesto a las emisiones de CO2 a la atmósfera. Los llamados “derechos de emisión” —el que contamina, paga— están encareciendo drásticamente la producción de energía y, lo que es por, no de la misma manera ni con la misma intensidad en todos los países europeos.

El descontrol en el mercado español es alarmante. Si nos comparamos con el resto de mercados de la Unión Europea somos desde hace tres meses el país más caro del continente en los precios de los mercados mayoristas. Hemos llegado a estar un 20% por encima de los precios de un país como Italia, que es el segundo país más caro de la UE y cuatro veces por encima de Alemania o Francia. Al ministerio de Transición Ecológica se le ha desbocado el caballo del precios de la luz, a pesar de que en los últimos días ha anunciado medidas drásticas, como recortar mil millones de euros a las eléctricas o incluso ha fantaseado con eliminar parte de los impuestos a la energía. Cuando lo vea me lo creo.

Esta izquierda que gobierna es la misma que consideraba “indecente” a cualquier un gobierno que permitiera la subida de las tarifas eléctricas. Se estaban calificando a sí mismos sin saberlo. La demagogia termina esfumándose cuando se tiene la responsabilidad de gestionar y se descubre amargamente que los problemas complejos tienen soluciones muy difíciles. La implantación de las renovables —trufadas de subvenciones y primas— no ha abaratado el consumo energético, que además sigue teniendo una dependencia enorme de los derivados del petróleo. Y al final hemos terminado comprando energía a países como Francia, que apostaron por la energía nuclear.

En las islas, sin embargo, deberíamos estar calladitos, porque estamos más guapos. Porque resulta que parte del sobrecosto de la energía española son los 2.000 millones que pagan los consumidores por subvencionar la tarifa extrapeninsular (Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla) para igualarla con la del resto del Estado.

Sobre el problema precio de la gasolina en las islas, que ha levantado la protesta de Casimiro Curbelo, el Gobierno de Canarias, en el que está, tiene una solución muy fácil: bajar los impuestos especiales que le está clavando a los combustibles. Y si tienen la solución ¿entonces cuál es el problema?