La ministra de Economía del Gobierno peninsular vino de visita a esta maravillosa tierra —¡qué clima tenéis!— para revelarnos que vivimos en el jardín del Edén y que somos “una joya” para España. Una versión moderna de aquel tópico franquista de las “islas afortunadas”. Alguien le tendría que haber dicho que no estaba en Baleares.

Hay que tener una vista de lince ministerial para detectar la fortuna de un país que tiene un paro que duplica la media estatal, una tasa antológica de abandono escolar o un número insoportable de personas viviendo en la pobreza y la exclusión social. Unas islas donde el PIB cayó el pasado año más de veinte puntos y donde la renta disponible por familia está tan lejos de la media española que ya ni se divisa. Una tierra a la que el gobierno que representa la señora Calviño ha ninguneado desde el comienzo de la pandemia.

Se sostiene, con muy poco fundamento, que los mil cien millones que nos manda Madrid, de los fondos de la Unión Europea, servirán para cambiar nuestra economía. No es así. Los chalecos salvavidas sirven para evitar que alguien se ahogue. El Gobierno de España ha sido de los más lentos de toda la UE a la hora de aprobar ayudas directas a las empresas afectadas por la crisis. Después de ver los daños causados por la pandemia en nuestra economía, Canarias tendría que haber sido declarada zona catastrófica. Pero no se aprobó un plan de rescate para las islas. Ni siquiera una línea de ayuda excepcional para el comatoso sector turístico. ¿Pero qué se podía esperar de una administración central que se tomó con tanta pachorra, improvisación y desinterés el drama de la crisis migratoria?

Lo peor de estas visitas ministeriales no es que acaben sin resultados prácticos. Es que dejan la amarga sensación de que nos toman el pelo. Nadia Calviño, uno de los cerebros mejor amueblados de ese descampado intelectual que es hoy el Gobierno España, se ha sentido incluso en la obligación de afirmar que vamos a convertirnos en un “paraíso digital”. Lo que no ha dicho es cómo, ni cuándo, ni con quien.

Tal vez piense en nuestro papel como residencia permanente de millones de teletrabajadores de todo el mundo. O en que compañías tan importantes como Apple, Microsoft, IBM o Samsung estén pensando en trasladar sus sedes a la Zona Especial Canaria, esa en la que hoy no damos permiso para crecer a la mucho más modesta Tech University, el mayor centro de enseñanza on line del mundo, en castellano. O en que vengan a rodar las grandes productoras cinematográficas a pesar de que su gobierno —el de Nadia Calviño— nos ha quitado de un plumazo, pasándose la Ley de REF por el refajo, los incentivos fiscales que teníamos.

Adán y Eva fueron expulsados del jardín del Edén por comerse una manzana. No sé si Calviño se ha enterado de que en este paraíso miles de familias están haciendo cola todos los días para comer los frutos del árbol de la amargura.

El Recorte

Otro gran proyecto. Algunos creen que las simas del valle de Güímar, esos enormes agujeros con los que se construyó el turismo del Sur de Tenerife y por los que metieron en la cárcel a varios empresarios (los tontos útiles que sirvieron de cabezas de turco para lavar nuestras conciencias ecológicas) se van a utilizar como depósitos para esa Central Hidroeléctrica Reversible (CHR) que necesita esta isla como agua de mayo. Que se vayan olvidando, porque no es así. El único proyecto decente que se conoce hoy por hoy es uno que maneja el Colegio de Ingenieros y que plantea la creación de una balsa superior en la Morra de Anocheza y un depósito inferior —más de 800 metros abajo— en una de las canteras del barranco de Badajoz, la que está en Las Rozas. La conexión se realizaría, según parece, a través de túneles de una vieja galería de agua, lo que evitaría el impacto en una zona protegida, y tendría una capacidad de almacenamiento de tres gigavatios. O sea, un cañón. Pero, claro, existen varios grandes problemas. Supone una inversión de 500 millones de euros. Y tendría que construirse antes de ocho años, para cumplir con los objetivos de transición energética. Es decir, que no se hará ni de coña. En esta isla cualquier gran proyecto tiene asegurada la oposición de algún colectivo majapapas y el desinterés del Gobierno regional. Y saltará un escándalo porque la obra podría ser una amenaza para el gambusino endémico del Escobonal. De hecho —fíjense— nadie le está prestando la más mínima atención. En Gran Canaria el proyecto de Chira-Soria va como un tiro. Como el del tren. Como se hicieron en su días las grandes carreteras. Pero en esta isla sólo somos capaces de gestionar la melancolía. A cada uno, lo suyo. Lo nuestro es la tercera división.