David Dushman ha muerto. Tenía 98 años. Una edad más que aceptable para asumir el fallecimiento de alguien, pero la suya es especial. Era el último soldado que quedaba con vida de los que liberaron el campo de exterminio de Auschwitz en 1945.

La archivera Laura Fortuny.

La noticia se ha sabido solo dos semanas después de que también muriera José Almudéver, el último miembro de las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil. Y entre las dos defunciones, se conmemoraba la masacre de Tulsa con protagonismo para Viola Fletcher, de 107, una de las tres últimas personas vivas que sufrieron aquel horror. Desgraciadamente es ley de vida que su testimonio pronto desaparezca. Y así, poco a poco, se nos presenta el reto de mantener viva la memoria de las atrocidades que marcaron el siglo XX sin ningún superviviente.

Sin archivosno hay democracia

Quedan los documentos. Y no solo los papeles. Fotos, vídeos... también lo son, al igual que también lo puede ser un tuit o un correo electrónico. El peligro es que todo esto también desaparece si no se recopila, clasifica, preserva y difunde. Este es el trabajo que hacen los archiveros, unos profesionales imprescindibles para la salvaguarda de la memoria, la libertad y la democracia.

El imaginario popular aún tiene la tentación de retratar los archivos como espacios oscuros, húmedos y llenos de secretos donde trabajan retorcidos individuos poco dispuestos a compartir los viejos papeles que custodian. ¡Nada más lejos de la realidad! Actualmente la principal tarea de la archivística es gestionar con eficiencia la documentación digital que se produce cada día incluso sin que nos demos cuenta.

Los últimos años los archiveros han demostrado su valía en dos momentos de gran impacto social y mediático. El primero en 2018 cuando, a raíz del caso de La manada, las redes se inundaron de testimonios de mujeres que, indignadas con la sentencia, compartieron sus casos de violaciones, abusos y malos tratos.

Con la etiqueta #Cuéntalo circularon más de tres millones de tuits, que habrían caído en el olvido de no haber sido por un grupo de archiveros que actuaron inspirados por las acciones del colectivo Documenting the Now (aquí conocido como Archivemos el Momento) que en EEUU recogió los mensajes del #BlackLivesMatter.

No se trataba solo de guardar la información sino también de analizarla para entender mejor la realidad. Entras otras cosas, su trabajo permitió constatar que entre todos aquellos mensajes había unos 50.000 casos de violencia machista, muchos de los cuales nunca habían salido a la luz. Fruto de aquella experiencia se creó la web proyectocuentalo.org, donde esta información está al alcance de todos.

Durante la pandemia y el confinamiento se llevó a cabo la campaña #ArchivemoslaCOVID19 con el objetivo de recopilar evidencias documentales que sean útiles para dejar constancia de lo vivido, porque dentro de unos años todo esto será historia, y al querer explicarlo a los nietos, se tendrá esta documentación para tratar de hacerles entender el impacto vivido en 2020 y 2021.

No se trata de un ejercicio solo para fomentar el costumbrismo. Es mucho más profundo. Sin archiveros ni gestión documental no hay transparencia. Por eso los profesionales de la archivística pusieron el grito en el cielo cuando varias administraciones públicas admitieron que durante la pandemia no se levantaba acta de las reuniones de los comités de expertos. Esto es una vulneración de los derechos de la ciudadanía, que queda privada de tener acceso a la información. Además, los historiadores no podrán estudiar cómo y por qué los gobiernos acordaron las decisiones que han marcado nuestra vida todos estos meses.

Los archivos y sus profesionales son la primera línea de defensa de una democracia que quiera llamarse plena. Si los documentos están bien gestionados, los investigadores pueden estudiarlos y el resultado de sus investigaciones se puede divulgar. Gracias a ello la ciudadanía tiene más herramientas para entender mejor porque somos como somos y que debemos saber para no repetir los errores del pasado, algo imprescindible ahora que el fascismo ha perdido la vergüenza y vuelve a avanzar por Europa como lo hacía cuando Duschman y Almudéver eran unos niños.