Vayamos a su significado preciso: En singular, indignidad es la «cualidad de lo que no se corresponde, no está en consonancia o no guarda proporción con las cualidades o méritos de cierta persona o cosa». Y, mirando a la persona humana, nos preguntamos ¿qué no corresponde o guarda proporción a sus cualidades? Porque el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanas dice que «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros».

Es indigno el irrespeto a la vida. Porque haberlo, lo hay. Y en no pocas ocasiones nos acostumbramos a convivir con esa cultura de la muerte y del descarte que convierte en derecho en olvido de lo que late. La vida es un don sagrado. No hay nada más sagrado y digno de ser respetado que la vida. ¿Qué decir si esa vida es humana! Y ¡cuánto irrespetuoso atentado contra esa dignidad inalienable que no debe ser respetada porque lo dicten las leyes, sino que lo deben dictar las leyes porque viene dado por la cualidad y mérito de la misma vida humana. Normalizarlo no nos hace inocentes, como callar no nos excusa. La dignidad de la persona humana exige que se respete la vida, siempre y bajo cualquier situación.

Es indigno el irrespeto a la verdad. Y también, haberlo, lo hay. Convertir la mentira en estrategia amparándonos en que no todas las personas son capaces de entender la verdad. ¡Fuerte mentira! Y dejar que la mentira se instale en nuestras comunicaciones interpersonales, en nuestras redes sociales, diciendo que es lo que no es y quedándonos tan tranquilos. La verdad es requisito imprescindible para el bien común, para la confianza y la amistad social. Nada bueno se construye sobre la mentira y esta no tiene dignidad alguna ni hace digno a quien la dice o la escucha. La dignidad de la persona humana exige que se le diga la verdad, que se nos diga la verdad; que se nos permita buscar la verdad.

Es indigno el irrespeto al bien. Que haberlo, lo hay. Relativizándolo todo y asumiendo que se puede llamar bueno lo que el interés individual y egoísta puede considerarlo en un determinado momento. El mal hecho a otra persona es parte de las indignidades que claman al cielo y al suelo. No merecemos que se nos sugiera, si quiera, que el bien es un concepto inexistente y que, cuando más, lo defina el usuario de las bondades. Todos sabemos, porque lo llevamos escrito en el fondo de nuestra consciencia lo que está bien y lo que está mal. Y, por eso mismo, la dignidad de la persona humana exige que hagamos el bien y evitemos el mal; que nunca hagamos el mal a otra persona.

Es indigno el irrespeto a la belleza de la creación. Y, por supuesto y sobre todo, haberlo lo hay. Y en cantidades exportables. Ande yo caliente… no es argumento válido para nada ni para nadie. Lo que respiramos, lo que comemos, por donde andamos, lo que nos cubre y sostiene es un don regalado y presente en la naturaleza, en el planeta, en esta casa común que debemos cuidar y respetar porque es el espacio en el que se desarrolla nuestra más inherente dignidad humana. La ecología humana integral, el respeto a la creación, a esta casa común, es fundamento de la convivencia. La dignidad de la persona humana exige, por tanto y sobre todo, respetar la belleza de la casa natural que habitamos como personas.

Hagámonos dignos de nuestra condición humana liberándonos de in-dignidades.