En los resquicios que la puerta negra de la pandemia deja a los asuntos puntuales aparecen las ilusiones gratuitas y generosas de una tribu mundial que, con distintos mitos y colores, vive y siente, sufre y goza con un deporte y/o espectáculo de elemental simplicidad y universal atractivo. No existió hasta hoy, ni existirá seguramente, una actividad con tanto gancho y éxito, con tanta honesta pasión y, en paralelo, con tan oscura trastienda en la que se mueven sujetos sin escrúpulos, cortados por un mismo patrón, y donde las ideologías y las sensibilidades están subordinadas a un ejercicio imparable de latrocinio. Para gobernar el rentable cotarro se requiere estómago, especialmente estómago; a lo largo de la historia, lo demostraron con creces muchos golfos olvidados y, en la última década, dos recordados y condenados delincuentes: el francés Michel Platini que, por codicia pura y dura, rompió su fama deportiva, y el suizo Joseph Blatter, un cínico con disfraz bonachón que paseó por el mundo predicando la limpieza que nunca tuvo. Ante la inacción de la policía europea tuvo que ser el FBI quien descubriera la prolongada y ruidosa estafa que los expulsó de sus mullidos sillones.

La FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación), que controla más doscientas delegacionales nacionales; la UEFA, que gobierna Europa, por encima del derecho y las instituciones, y sus homólogas continentales, no mejoraron en sus actuaciones pese al escándalo; ni probaron, prueban, ni seguramente probarán la imprescindible transparencia que exige el estado democrático. Ni Gianni Infantino ni Aleksander Ceferin, el personaje torvo y soberbio, de ignorada biografía que, nada más llegó al cargo, multiplicó su sueldo, han demostrado hasta hoy que su gestión irá por los rumbos deseables. El último ejemplo está en el ataque frontal a la llamada Superliga Europea, montada por los grandes clubes, que son los que ponen el dinero y el riesgo, y desmontada con violencia stalinista por el esloveno que, a lo peor, añora los tiempos del silencio y de la bota.

Esa estructura piramidal, que ni con los condenados ni con los actuales rectores, muestra y rinde cuentas del inmenso caudal que controla, se apoya en las federaciones nacionales, donde por la injusticia del voto censitario, personajes del tres al cuarto, tuercebotas y abogados rapaces que profesan en facciones integristas, mantienen el régimen dictatorial y la oscuridad administrativa y premian y castigan a los equipos con un escuadrón de tíos con pito, en su mayoría sin acreditar estudios básicos y triplicando el sueldo del presidente del gobierno, que responden a los intereses y órdenes de sus procaces señoritos. Una empresa de miles de millones de euros no puede estar en manos de burócratas como Infantino y Ceferin y, en España, es un insulto a la inteligencia, la ética y la estética, el tándem en el que montan, pedaleando cada cual hacia su charca, entre insultos y mordiscos, el paquete de Rubiales, heredero del procesado Villar, y el ultra y turbio Tebas.