Ha terminado instalándose en Madrid, por obra y gracia del PP de Isabel Díaz Ayuso, un nuevo nacionalismo, remedo de esos otros periféricos que tanto han criticado siempre nuestras derechas.

Un nacionalismo castizo, un artificial “sentimiento de pertenencia”, como lo llama la propia Ayuso, que a uno se le antoja diametralmente opuesto a lo que ha sido siempre el espíritu de una capital abierta a todos los vientos y movimientos.

“Vivir a la madrileña”, dice la presidenta de la Comunidad, lo que para ella significa poder elegir escuela, elegir hospital y también tomarte unas cañas al final de una jornada. Se supone que para olvidar que a lo mejor te han estado explotando miserablemente.

Todo nacionalismo siempre tiene que buscar un enemigo para movilizar a la tribu y reafirmarse: en el caso del catalán, es España, en el de Ayuso, el Gobierno de Pedro Sánchez, al que los populares acusan de asfixiar económicamente a la región.

No sé cómo ese nuevo nacionalismo “gato” puede caer en el resto del país, pero sospecho que muchos habrán tenido una cierta sensación de agravio al escuchar a la presidenta madrileña dar lecciones de cómo vivir a los demás.

Lecciones sobre cómo hay que mantener abierta de par en par la hostelería aunque médicos y enfermeras estén literalmente exhaustos de tantos pacientes de Covid a los que tratan día y noche de salvar.

Lecciones que vienen de la presidenta de una comunidad que, como ha documentado el grupo de trabajo “Economistas frente a la crisis”, fagocita los recursos y el talento del resto del territorio y es en buena medida responsable de eso que se ha dado en llamar “la España vacía”.

El centralismo absorbente de Madrid se ve enormemente facilitado por la buscada centralización de los poderes económicos y políticos: el efecto capitalidad facilita la concentración empresarial en claro detrimento de otras comunidades.

Se calcula, por ejemplo, que el 60 por ciento de las adjudicaciones públicas se hacen a empresas que tienen su cuartel general en la Villa y Corte.

A lo que hay que sumar un claro dumping fiscal que atrae con sus beneficios a sociedades y particulares con un elevado nivel de rentas y patrimonio. Así es fácil dar lecciones a los demás.

Y, sin embargo, hay que explicar que Madrid es la comunidad que menos porcentaje de su PIB dedica a sanidad: sólo un 3,6 por ciento frente a la que más gasta, la mucho más pobre Extremadura, con un 8,7 por ciento.

Y es también la segunda, después de Andalucía, que menos gasta por habitante en ese capítulo: 1.247 euros anuales por persona. En Madrid también más de la mitad de los hospitales son privados aunque las camas públicas duplican a las privadas. Pero eso sí, uno puede elegir… si tiene el dinero para ello.

La comunidad más rica de España, con un PIB per cápita de casi 36.000 euros - un 3,6 por ciento por encima de la media nacional, es al mismo tiempo una de las más desiguales gracias al modelo neoliberal imperante desde que la gobierna el PP.

Todo eso es también “vivir a la madrileña”.