Los sobres con balas y notas amenazadoras se han convertido en un asunto capital en el discurso político y especialmente en la campaña de las elecciones autonómicas en Madrid. La pólvora es demasiado apetitosa para no estar en el menú electoral. El Pablo Iglesias de 2019 —a Iglesias hay que datarlo, para saber de cuál de sus personalidades estamos hablando— decía que no había que “lloriquear” por las amenazas. Que estaba en el precio de dedicarse a la cosa pública. Y a pesar de ello, lo de las cartas y las balas han provocado una llantina.

Este país está que da gusto verlo. Cada día alguien se preocupa por echar un poco más de odio en la marmita y remover bien, para que todo coja ese regusto amargo del odio. Al trabajador de Correos que se estaba rascando el sobaco y no vio el siniestro perfil de las balas en los sobres le ha costado el puesto de trabajo. Pero las cartas no solo le pasaron a este hombre por el hocico. Llegaron hasta los despachos de los ministerios y a la dirección de la Guardia Civil. ¿No existe ningún sistema de protección especial para dos cargos tan singulares, aunque solo sea por su responsabilidad en la lucha contra el terrorismo religioso o la delincuencia organizada? Pues sí que estamos bien.

El ministro Grande Marlaska intervino en la campaña de Madrid para aportar su granito de arena y llamar “organización criminal” al PP. O sea, concentrando el tiro en la derecha que importa y no en la accesoria. Porque vamos a nos dispersarnos: Vox es la extrema derecha y tal. Pero la enemiga que hay que tumbar se llama Ayuso. Así que los tiros verbales tienen que ir hacia el verdadero objetivo. Son palabras como balas que, para ser de un magistrado en excedencia, tal vez estén un poco pasadas de vuelta.

Todo esto que vivimos no es nuevo. Es lo que ha crecido de la semilla del odio regada por tantos durante tanto tiempo. Empezó con la deslealtad de la derecha con los socialistas en el caso de la guerra contra ETA. Fue una campaña muy sucia y muy fea que intentó acabar con Felipe González. Y a partir de ahí se rompió la baraja. Se acabó el interés del Estado y el juego limpio. Y cuando se cayó un helicóptero con Rajoy y Aguirre en pleno ruedo de Las Ventas se hicieron chistes crueles. O cuando un espontáneo agredió a Rajoy de un puñetazo delante de todos sus incompetentes escoltas. Se justificaron por unos los escraches delante de la casa de Soraya Sáenz de Santamaría. Y por otros el acoso por fuera del chalé de Galapagar de Iglesias y Montero.

La política del “y tú más” nos ha traído hasta estos arrecifes. La izquierda dice que la democracia está en peligro por el fascismo. Y la derecha dice que las libertades están en peligro por el comunismo. En realidad, España está en peligro por todos ellos: los políticos más sectarios e incompetentes en nuestra reciente historia.

Diversas autoridades han declarado que los centros turísticos son para turistas y los centros de acogida dignos de inmigrantes deben ser para inmigrantes. Dicho esto, se han desmayado, seguramente por el esfuerzo intelectual realizado para llegar a esa conclusión. El alojamiento forzoso de inmigrantes en hoteles en Fuerteventura ha despertado de nuevo el debate. Que si el PP desmontó los sistemas de acogida. Que si esas soluciones son solo temporales. Que si patatín y patatán. La emigración irregular en Canarias no es de ayer. De ayer solo son los 24 últimos muertos conocidos; esa pastilla siniestra que la moralina oficial se traga con rostro compungido y palabras grandilocuentes. Llevamos muchísimo tiempo enfrentándonos a un fenómeno cuya solución no está en nuestras manos. Uno en donde la actuación de Europa y de España consiste en despejar balones fuera del campo. No existe ni una sola razón —ni una— para entender la masiva presencia de marroquíes en las arribadas a las islas. No porque Marruecos sea un país con menor tasa de paro que Canarias, sino porque se han gastado toneladas de millones en el desarrollo y la cooperación con el mismo gobierno que nos manda recados en forma de oleadas de seres humanos. Y no se entiende que las derivaciones se hayan hecho de tapadillo. Que se haya funcionado a golpe de improvisación y de ministros altaneros que decían una cosa y hacían otra. Y que tengamos dos mil seiscientos menores acogidos y atendidos por esta Comunidad sin recibir ni la ayuda ni la solidaridad de nadie. Cada semana hay nuevas víctimas y nuevos cayucos pero sobre todo más palabras. Viva España.