Los españoles, españolas y españolos, no se soportan mutuamente. Es el verdadero gen celtibérico. No hacemos más que hablar de la unidad y del esfuerzo colectivo, pero tenemos el típico equipo que siempre acaba peleando en el vestuario antes de salir al campo.

Miren a los políticos de la izquierda y de la derecha; cómo se odian entre sí con la misma ferocidad con la que detestan al adversario ideológico. Haciendo bueno aquel viejo chiste de que si dejas a tres comunistas encerrados en una habitación y vuelves a las tres horas ya tendrán cinco escisiciones, en Cataluña todos, absolutamente todos los independentistas están por la creación de una república, pero no se ponen de acuerdo en algo previo y bastante más simple como es repartirse el gobierno. Es una prueba inquietante e irrefutable de que los catalanes también son españoles.

Pero de estos días de apocalipsis intelectual, me quedo, sin duda, con el ganador del campeonato de la memez: el discurso de la ministra de Igualdad, Irene Montero, dedicado a los hijos, las hijas y los hijes de todos nosotros, nosotras y nosotres. Porque se trata de una construcción que va contra la eficacia del lenguaje. Una manera perfecta de extraviarse en irrelevantes meandros, complicando la comprensión de lo que se tiene que decir.

Todo esto esta pasando en ‘Madriz’. Ese lugar del que nos informan los grandes medios “nacionales” a todas horas. Como si a los de la periferia nos importaran de una manera obsesiva sus atascos, sus nevadas o sus faraónicos hospitales. Es la capital en la que reside el poder institucional y en el que viven los líderes, líderas y líderos de los principales partidos políticos de este país de 47 millones de desconocidos.

En ‘Madriz’ están de elecciones. Y se sienten en la obligación de contárnoslo con profusión de detalles a través de los medios informativos por los que se emite programación a toda España. ¿Ha visto alguien, alguna vez, una atención igual a las elecciones autonómicas de Canarias o de Extremadura o de Baleares? Por supuesto que no. Ni la verán en sus puñeteras vidas. Ese despliegue de medios para cubrir los mítines de los partidos políticos en las elecciones locales solo se da cuando las urnas se convocan en Madrid o Barcelona. A los demás nos despachan, a todo meter, con una breve crónica dando cuenta del resultado final de las urnas.

Muy poquita gente sabe quién es el alcalde de Lugo, de Segovia o de Cuenca. Pero nos meten todos los días un chute de cómo se peina el de Madrid y o la de Barcelona. Existe una atención informativa que corre paralela al centralismo político reinante. Y lo admitimos como algo natural. Como si todo lo relevante que pasara en esta España tan plural solo tuviera lugar en la escasa geografía institucional de esos dos grandes ombligos. Es otro tipo de virus con el que llevamos conviviendo desde tiempos inmemoriales y ha convertido a los españoles, españolas y españolos en desconocidos fantasmas que no se conocen, ni se reconocen.

El Recorte

Olvidos

El concejal de Urbanismo de Santa Cruz, Carlos Tarife, tiene razón cuando afirma que hay que meter en vereda la situación de edificios abandonados y ruinosos en la capital. Ojalá se consiga sin necesidad de acudir a complicados procesos de expropiación. Pero el Ayuntamiento debería también mirarse a sí mismo. Resulta ya muy difícil de digerir que el Parque Viera y Clavijo, antaño sede de actividades culturales y hasta actividades universitarias, siga cerrado a cal y canto. Y que la costa de nuestra capital siga invadida por los depósitos, las grúas y el aparataje portuario. ¿No había siete proyectos para embellecer la relación de Santa Cruz con el mar? ¿Dónde está aquel famoso edificio que uniría las dos dársenas y por cuyo techo pasearían los chicharreros? ¿Y al propietario del edificio del Balneario —sea quien sea— no se le van a aplicar la misma vara de medir que a los otros veinte que tienen inmuebles en ruinas? Porque de eso no se habla. Como tampoco se dice nada del verdadero mamotreto de este Municipio, situado en la costa de Añaza. Vamos tan sobrados del dinero de los impuestos que tiramos abajo un aparcamiento público en la playa de Las Teresitas porque invadía la servidumbre de Costas. Pero en Añaza, pegadito a los riscos, se levanta el esqueleto de una torre de pisos que jamás se llegó a terminar. Como no sirve para nada no corre peligro. Nadie lo va a terminar y nadie lo va a tirar. A Costas, en este caso, no le pica la servidumbre. Y a esta bella ciudad, puerto y plaza tampoco le preocupa, porque no existe ningún político majapapas que se haya preocupado por denunciarlo en los juzgados. Porque ya habíamos dicho que está en Añaza ¿no?