Empecemos esta carta con un aserto: “Todos somos unos aficionados en nuestras dedicaciones laborales; la vida es tan corta que no da para más.”

Este pensamiento, volátil como todos los pensamientos, viene a cuento del programa de cada semana, los viernes por la noche, de Días de Cine, en La2 de TVE.

Entre lo más interesante del pasado viernes, está el fallecimiento del cineasta Bertrand Tavernier y un reportaje del también fallecido actor Dick Bogarde. Mientras visionamos el programa dedicado a Bertrand Tavernier, nos vamos percatando de que la censura española, o la ignorancia selectiva de las empresas distribuidoras, nos negaron buena parte de la filmografía de este monstruo del cine francés: Bertrand Tavernier.

Prácticamente, por las salas comerciales, tan prolíficas en los multicines, no se proyectaron y por tanto nos robaron, nos escamotearon impunemente, películas de alto nivel intelectual y artístico, lo mejor de Tavernier, como por ejemplo las tituladas La vida y nada más, Hoy empieza todo, Guerra de mentiras o Un domingo en el campo.

En cuanto a Dick Bogarde, en sus primeros años en la pantalla acuñó un filme como partenaire de nada menos que la BB, Brigitte Bardot, que no sería buena actriz, pero que era guapísima y pervirtió e hizo caer en algunos pecados a los españolitos que lograron verla al otro lado de la frontera francesa, Perpiñán sin ir más lejos.

El más impactante sexualmente de sus filmes fue …Y Dios creó a la mujer. Un amigo mío logró verla en Inglaterra. En España estuvo prohibida.

Además, Dick Bogarde fue un monstruo perverso, sicópata y singularmente homosexual en la realidad de su currículo y en algunos de sus papeles o roles más conocidos, fue el protagonista principal en un rosario de títulos, entre los que destacan La caída de los dioses; El portero de noche; Muerte en Venecia y la más memorable de todas: El sirviente, de J. Losey.

En El sirviente (Dick Bogarde) tenemos el reflejo de un retrato perfecto de las interioridades de algunas zonas aristocráticas minoritarias, esencia de nuestros pueblos y municipios, con una minoría de vecinos pertenecientes a la aristocracia de sangre azul. Por nuestros lares se dan las circunstancias propicias para que sucedan secuencias como ésta: el criado mandón, sicológicamente más fuerte, llegado un momento –secuencia culminante en el citado filme– obliga a su señorito a doblegarse de rodillas para que le ate el cordón de los zapatos a su sirviente.

Solamente me queda añadir dos palabras: ¡indescriptible!, ¡escalofriante!