He tenido unos días musicales. Una variante de ese corrido mejicano que dice que una piedra en el camino te enseña que tu destino es acabar con un gotero en urgencias. Pero así somos los canarios, siempre acabamos poniendo los toniques en donde más molestias dan.

Los empresarios de la construcción en las islas también tienen un pedrusco atravesado desde hace años. La historia de las licitaciones de obra pública en las islas es, desde hace décadas, un pastel que se comen las grandes empresas nacionales que operan en el archipiélago. ¿Y por qué? Aparte de por lo que ustedes deben estar pensando, porque recurren a la técnica de presentar enormes bajas sobre el precio de adjudicación.

Las grandes empresas, con pulmón financiero, le dicen a la administración que si algo vale cien ellas lo hacen por ochenta. ¿Eso quiere decir que los técnicos públicos son unos toletes que no saben calcular el precio de las cosas? Por supuesto que no (siempre). Es algo más complejo. Si la empresa gana con una baja, la repercute en el precio que pacta con las subcontratas canarias: las empresas de las islas, que están en la mesa comiéndose las migas de pan que caen del plato de los grandes. La pagan los salarios de los trabajadores, que forman una parte importante de los costos de ejecución de una obra. Y la pagan, por último, la calidad de los materiales. Y a todo eso hay que sumarle, además, los reformados y modificados que a veces –muchas veces– se producen en la ejecución de un proyecto por la aparición de “imprevistos”.

Ningún gobierno canario ha tenido la inteligencia de aplicar de forma decisiva criterios sociales que inclinen la balanza hacia las empresas de las islas que creen trabajo aquí de forma permanente o que paguen mejor a su personal. Lo que denuncian los empresarios es que las licitaciones se han convertido en subastas. Es decir, que quien más barato ofrezca hacer algo se queda con ello.

La lógica de lo barato en teoría supone una ventaja para las arcas públicas, porque hace más con menos. Pero eso solo pasa en la pizarra. Hay una enorme cantidad de casos de obras que han terminado como el rosario de la aurora porque una constructora –que se tiró en la oferta una ventosidad más grande que su esfínter anal– se niega a seguir la ejecución si no se le aprueban gastos extraordinarios supuestamente sobrevenidos. Y muchas bajas han terminado, con ese sistema, con un precio final del proyecto que supera con creces el precio de licitación.

Con la llegada de una enorme cantidad de millones de Europa, los constructores se han puesto de los nervios. Porque se huelen la tostada. El sistema de adjudicación va a ser digital –o sea, a casi a dedo– y temen que el agua vaya a terminar en los mismos molinos de siempre. Así que protestan preventivamente. Pero en realidad, también es su culpa. Si todas las empresas canarias se pusieran de acuerdo, aquí no se movería una piedra. Ni la mía.

Ya podemos respirar. Lo ha confirmado la ministra de Sanidad, Carolina Darias. Solo en el segundo trimestre de este año –o sea, de abril a junio– España recibirá 38 millones de dosis de diferentes vacunas contra el coronavirus. Es decir, que aplicando la cuenta de la pata del peso de la población de Canarias en el Estado –el 5% cabeza arriba, cabeza abajo– nos van a llegar un millón novecientas y pico mil dosis. Suficientes para tener pinchado a la práctica totalidad de los canarios. ¿O no? Bueno, eso es lo que dice la aritmética. Pero en el Gobierno de España son más modernos y andan con la matemática del caos. Ya saben. Mascarilla no. Luego mascarilla sí. AstraZeneca para menores de 55 años. No, no. Que AstraZeneca para los comprendidos entre 55 y 65 años. Ah, no, que mejor entre 65 y 70. Bueno, no. Mejor para los Sagitario, Piscis y Acuario, morenos de ojos castaños y entre 50 y 70 años, dos meses y tres días. Luego se extrañarán de que la gente ande legítimamente acojonada por la mezcla de desinformación, mentiras y confusión que se está generando. No se puede hacer peor peor ni ensayando. Ya verán como en junio no habrá tantos vacunados en las islas. Entre otras cosas, porque el que manda las vacunas para estas tierras no cuenta demasiado bien. Ni el derecho del peso poblacional ni la necesidad de supervivencia económica. ¡Que aquí vivimos del turismo, toletes!