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Domingo de Pascua de Resurrección

Domingo de Pascua de Resurrección

“¡Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo! Aleluya”.

De esta forma, con el salmo 117, expresa la Iglesia la alegría inmensa de la Resurrección del Señor.

Esta noche comenzaremos la Vigilia Pascual, la celebración más importante del año, escuchando estas expresiones del Pregón Pascual: “Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del Cielo; y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación…”

Cualquiera que escuche estas expresiones, fuera del contexto de la práctica cristiana, tiene que decirse: “¡Grande tiene que ser este acontecimiento para que lo anuncien de esa manera!”.

Y, en realidad, es muy grande el hecho la Resurrección de Jesucristo y las consecuencias que se derivan para nuestra existencia cristiana.

Y es tan grandioso y sublime, que es imposible celebrarlo en un solo día y se prolonga en los días de la semana de Pascua, la Octava, y en todo el Tiempo Pascual: ¡Son cincuenta días de alegría y de fiesta en honor de Cristo Resucitado, que se han de celebrar “con alegría y exultación como si se tratara de un único día festivo, más aún, de un gran domingo”, escribía en los primeros siglos San Atanasio.

A lo largo de este tiempo, iremos reflexionando sobre los distintos aspectos de la Resurrección del Señor y de sus repercusiones en nuestra vida. Pero en este día tan grande les ofrezco algunas reflexiones:

En la Resurrección de Jesucristo llega a su punto culminante su victoria sobre el pecado, el mal y la muerte que había comenzado en la Cruz. ¡Y es también nuestra victoria! Él murió por nosotros y por nosotros también resucitó; ¡y ha querido hacernos partícipes de su triunfo!

El milagro asombroso de la Resurrección del Señor es la confirmación plena de que el Padre en el Cielo, ha aceptado el Sacrificio de Cristo en la tierra, más aún, toda la misión que le había confiado realizar en el mundo. ¡Y, por tanto, ha llegado la salvación! Y ésta es liberación del pecado, del mal y de la muerte, y sobreabundancia de bienes, hasta el punto de ser hijos de Dios y si hijos, herederos, nos enseña San Pablo.

Y la salvación se nos da a cada uno a través de los sacramentos. Por eso, el Tiempo Pascual es un momento privilegiado para celebrar y renovar los distintos sacramentos, especialmente, los de la Iniciación Cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía.

Durante toda la Cuaresma nos hemos venido preparando para ser capaces de renovar en serio nuestro bautismo en esta Noche Santa de la Pascua. Como si nos bautizáramos de nuevo esta noche, como si comenzáramos de nuevo a ser cristianos.

Y la mejor manera de renovar nuestro bautismo, es recibir el sacramento de la penitencia o de la reconciliación al que los santos padres llamaban el “segundo bautismo”. Por eso, son muchos los cristianos que, en estas fechas, se acercan a este sacramento tan importante. Ya el Papa S. León Magno decía en el siglo V, que “es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce el perdón de los pecados”.

Podríamos decir que, con la Resurrección de Jesucristo no termina nada y comienza todo. La Pascua del Señor cambia por completo el sentido de nuestra vida: Jesucristo está vivo y presente entre nosotros, en medio de nuestra existencia de cada día. Lo encontramos, sobre todo, en la Santa Misa del domingo, que es como un eco del día de Pascua.

Cambia, incluso, el sentido del sufrimiento y de la muerte. Para S. Pablo es impensable, por ejemplo, que los que por el bautismo formamos con Cristo un solo cuerpo, no sigamos su mismo camino de vida y resurrección, después de nuestra peregrinación por la tierra., después de nuestra muerte. De el libro que acabo de publicar: “¿Y después de la muerte? La vida en plenitud”.

En la segunda lectura, el apóstol nos pide coherencia de vida: “Si habéis resucitado con Cristo (en el bautismo) buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”

El hecho de la Resurrección del Señor nos impulsa también a ser con mayor ardor mensajeros de Cristo Resucitado por todas partes, y nos exige un testimonio de palabra y de obra cada vez más convincente.

Esto se va repitiendo constantemente en las apariciones de Cristo Resucitado. En Evangelio de la Vigilia, por ejemplo, San Marcos nos dice lo que el ángel encarga a las mujeres: “Ahora id a comunicar a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis, como os dijo”.

Y son tan grandes las consecuencias que tiene la Pascua para todos y cada uno de nosotros que estas fechas, nos felicitamos unos a otros como si nos hubiera tocado la lotería.

Por eso, desde estas páginas quiero transmitirle a todos y cada uno de los lectores mi felicitación pascual más ferviente y cordial, con mis mejores deseos.

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