Mientras la pandemia se recrudece – apunten: el próximo lunes o martes el Gobierno regional decretará que Tenerife y quizá Gran Canaria pasen a fase 4 durante un par de semanas– y nos cuentan que serán personalmente –cámbate– Ángel Víctor Torres y Román Rodríguez quienes dirijan la gestión de las ayudas directas del Estado –ya se murmura que los bienaventurados que llegan a tocar sus corbatas ni se contagiarán del covid ni pasarán nunca hambre–Blas Acosta ha sido nombrado, por fin, viceconsejero de Economía. Ya se sabe que Torres ha insistido en que designaría a Acosta porque el expresidente del Cabildo de Fuerteventura sabe mucho, está dotado de espléndidas aptitudes y hasta chapurrea inglés. Pero, si es así, ¿por qué nombrarlo viceconsejero? Los viceconsejeros no pintan nada. Quienes dirigen las Consejerías son los consejeros y los que las gestionan los directores generales.

Obviamente Acosta, esa fiera desatada de la gestión, no es viceconsejero por sus cualidades casi sobrehumanas, sino porque es el secretario general del PSOE majorero, ejerce como tal un notable control de la organización insular y, sobre todo, el próximo noviembre Torres habrá de enfrentarse al XIV Congreso del PSOE canario que debería ser un paseo triunfal, pero que pudiera no serlo. Una rebelión de Acosta, al sentirse abandonado por la dirección regional, podía romper la organización majorera, o quizás peor, convertirse en oposición interna a Torres, fastidiando la marrana congresual. Algunos incluso aventuran que antes del verano se producirán nuevos nombramientos a favor de socialistas fuerteventurosos, una petición suplementaria de don Blas que, sin duda, será atendida en lo posible, porque Acosta sabe mucho, en efecto, pero no precisamente de econometría.

Tal vez el malestar oriental no fuera tan grave si el secretario general no se encontrara con una organización también incómoda, aunque por el momento silenciosa –quizá más exactamente: cataléptica– como es Tenerife, a la que Pedro Martín ha renunciado a liderar para ocuparse poco y mal del Cabildo. Aunque el PSOE tinerfeño se asemeje a un paisaje apocalíptico, con zombis caminando con rosas en el pelo y a plena luz en Santa Cruz de Tenerife o en Arona, los congresos siempre son una oportunidad para la resurrección de críticas e irritaciones. Por supuesto, los socialistas tinerfeños se quejan de su escaso peso en el Gobierno autónomo: incluso cuando destituyeron como consejera de Sanidad a Teresa Cruz el compañero Torres la sustituyó por un canarión, el veterano Blas Acosta, especializado en bailar en un metro cuadrado. Los tinerfeños –alcaldes, concejales, algún diputado– lo llevan mal y les irrita que Martín parezca un teleñeco que se esconde cuando oye la voz del secretario general. El único consejero de Tenerife es Julio Pérez, y el eficiente y eficaz Pérez, más que un militante, es un supernumerario del PSOE. Ya se sabe que el PSOE de Tenerife es el que menos aprecio le tiene a Casimiro Curbelo, que presentó una lista propia al Cabildo en 2019 y acaricia la idea de volverlo a hacer. Muchos se preguntan por qué la dirección de Puertos Canarios sigue estando en manos de un buen técnico pero militante nacionalista –una sugerencia curbeliana– o por qué han entrado ocho personas en Gesplan en una penetrante ráfaga de almogrote o por qué quien tiene tan buena entrada en casas ajenas no permite ninguna en la propia. Y resolver las reticencias tinerfeñas solo podrá hacerse con un ligero ajuste en el Ejecutivo, salvo si en la próxima primavera se convocan elecciones generales anticipadas y el presidente Torres decide simultanear los comicios autonómicos con los de Pedro Sánchez. En este contexto nombrar por fin vicealgo a Acosta era un paso menor, pero necesario para mantener pacificado el ecosistema socialista.