La crónica de los mil y pico millones que van a llegar a Canarias ya está casi escrita. A ese pequeño autónomo o empresa que sobrevive agónicamente a la pérdida de negocio no le van a llegar ni las raspas de la sardina. Que se vayan olvidando. Serán las grandes empresas y proyectos los que tengan la ingeniería jurídica necesaria para aspirar a llevarse la parte del león. Y ya están trabajando en ello.

Algunos sostienen que, para nuestra economía, ocuparse de las empresas zombis, muertas en vida, tiene poco recorrido. Que hay que apostar por las que tienen el músculo suficiente para externalizar bienes y servicios, que son los que harán de esta tierra una potencia económica. Y no les falta razón, con la lógica selvática de los mercados en la mano. Pero por el camino se van a quedar miles de pequeñas historias de supervivencia personal.

Canarias tiene alrededor de ciento treinta mil empresas que se mueven cada día en la logística de una economía en quiebra. De ellas, hay cinco mil en el sector industrial, catorce mil en la construcción, treinta y dos mil en el comercio y más de ochenta mil en los servicios. Más de ciento veintiocho mil tienen menos de nueve trabajadores (más de setenta y tres mil no tienen ninguno). Y solo menos de ochocientas tienen entre cincuenta y doscientos cincuenta empleados. O sea, el 0,10% de las empresas se pueden llamar propiamente”grandes” mientras que el 99,9 son pymes, micropymes o empresas sin asalariados. Háganse cargo, pues, de cómo está el patio.

¿Qué tipo de iniciativa puede presentar una empresa con dos empleados para acceder a una gran ayuda? ¿Quién puede cumplir con la exigencia de no deber ni un duro a las administraciones públicas para que te den una ayuda sobre las pérdidas? Pues apenas diez mil de todas esas empresas que acabo de relatarles.

Esto no es ni bueno ni malo, sino todo lo contrario. O sea, es lo que hay. Con la lluvia de millones que van a llegar de Europa –vía Madrid– el Gobierno de Canarias se enfrenta a una decisión trascendental. O aplica los fondos a dotar de músculo a las empresas mejor preparadas para prosperar en una futura reactivación económica o lo destina a salvar a quienes se están ahogando, sin ninguna garantía de que sirva de nada más que de salvavidas. O sea, que se inclinarán por lo primero, dejando “restos” para lo segundo.

Lo que estratégicamente está bien, desde el punto de vista social es una bomba. Si el turismo no regresa a tiempo –y no tiene pinta– la destrucción del tejido productivo de las islas va a ser brutal. El desempleo seguirá creciendo acentuado por la muerte paulatina de ese conglomerado de pequeñas células empresariales que forman nuestra debilitada anatomía económica. Es la trampa perfecta. Las pocas grandes empresas y los proyectos estratégicos no podrán absorber la mano de obra excedente de ese microcosmos condenado a la extinción. La lotería, como siempre pasa, no nos va a tocar todos.

Los años de política no endurecen la piel de cebolla. Al consejero de Obras Públicas, Sebastián Franquis, le dio urticaria que un periodista dijera que le había tocado padecer una cola insoportable en un aeropuerto de Canarias –una que estuvo a punto de hacer perder el avión a mucha gente– y que llamó cabreado al delegado del Gobierno para decirle que a qué estaba jugando. Por lo visto no fue así. O no fue exactamente así. Y al colega le reprocharon sugerir que un alto cargo se había molestado para solucionar un problema personal (que de paso afectaba a muchos otros viajeros). ¡A quién se le ocurre decir una cosa como esa! Hasta ahí podríamos llegar. Si los problemas con la Administración Central se resolvieran con una llamada a Pestana igual no habríamos tenido la vergüenza del muelle de Arguineguín. O el desastre de los hoteles. O los campamentos masificados donde yacen, bien enterradas, las políticas buenistas de un un gobierno progre. No hombre, no. Las colas de los aeropuertos, producidas por un exceso de celo en la seguridad de los vuelos interinsulares –ya se sabe los canarios tienen tendencia a viajar armados con metralletas y bombas lapas en los aviones de Binter o estornudando profusamente, que viene a ser lo mismo– no se solucionan porque a un consejero le jeringuen un desplazamiento. Se arreglan porque la delegación del Gobierno central es extremadamente sensible con los problemas de estas islas, como hemos podido observar, con profusión de detalles, a lo largo de este calamitoso año de colas y ventanillas cerradas a cal y canto. Franquis es claramente inocente. Además de muy sensible.