En el calendario romano los idus marcaban la mitad del mes. Consagrados a Júpiter, fueron símbolo de buenos augurios hasta que los de marzo del 44 a. C. coincidieron con el asesinato de Julio César. Plutarco y Shakespeare le pusieron épica al asunto, metiendo en medio a un vidente que había advertido al emperador para que se cuidase en dicha fecha, que lo mismo la espichaba. Y así fue: Acabó sus días vilmente apuñalado en las escaleras del Senado, víctima de la más terrible de las traiciones. La fecha de marras adquirió su actual mal fario.

Como un moderno Bruto, el vicepresidente Pablo Iglesias esperó a que Pedro “César” Sánchez se encontrase lejos de Hispania para clamar desde su palco de Twitter que se apea del barco y liderará a las huestes de Podemos en la Comunidad de Madrid, plantando cara al “enorme riesgo” de la ultraderecha que supone la emperatriz Díaz Ayuso. En la Galia, al pie de la tumba de Manuel Azaña, el ceño fruncido y los labios fuertemente apretados de Sánchez -que es pésimo actor y disimula muy mal sus emociones-, revelan su malestar: Desactivada la moción de censura en Murcia, se cae el plan urdido para, de golpe, despojar al PP de todo poder autonómico y echar a Podemos del Gobierno, a cambio de cómodas alianzas con Ciudadanos. Para colmo, Iglesias pasa a su situación más cómoda, pancarta en mano disparando contra todo, y el PSOE se ve sin candidato en Madrid, que no está la cosa para mandar ministros a la arena del circo a que terminen en la oposición regional como le tocó al gladiador Salvador Illa.

¿Hábil jugada del líder de Podemos? Solo para él, reputado consumidor de series americanas, que abandona por su propio pie el reino de los cielos, evita el bochorno de un desalojo a mitad de temporada, y se vende como unificador de las izquierdas. Pero el movimiento de Iglesias no solo da alas a Ayuso – Marco Antonio en este péplum-, quien se apresuró a tocar a rebato para aglutinar el voto conservador al grito de “Comunismo o libertad”, sino que también destartala el lado izquierdo del campo de batalla, donde igualmente habrá de pescar Más Madrid. El tribuno Errejón aprovechó para arrear la bofetada que tanto ansiaba: Nada de confluencia de izquierdas, que esto no es “una serie de Netflix” y tenemos candidata propia, una médico en tiempos de pandemia, que apeló a sacudirse la tutela masculina de quien se llama feminista.

Las encuestas internas de Podemos deben ser atroces. Han pinchado en todas las elecciones desde 2019, apenas cuentan con siete diputados en la Asamblea de Madrid, y podrían hasta desaparecer en las nonas del mes de mayo, si no suman un cinco por ciento de los sufragios. Ante las noticias aciagas llegadas de la capital, es tiempo de ceñirse el yelmo y abandonar los cuarteles de invierno del Ministerio de Derechos Sociales, donde al general Iglesias se le conoce poca actividad más allá del cambio de la coleta por el moño, la perforación de sus orejas y el fallido anuncio de que iba a asumir el control de las residencias de mayores.

Siguió la dimisión de Toni Cantó en Ciudadanos (horas después, un paisano disfrazado de tiranosaurio en la sede del partido parecía ejemplificar la extinción del proyecto), la retirada de las vacunas de AstraZeneca y hasta la desaparición de Mujeres y Hombres y Viceversa de la parrilla de Mediaset. El “cuídate de los idus de marzo” de Shakespeare en España es apenas un capítulo más del serial en que se ha convertido la política española en menos de una década.

Un año después de la declaración del estado de alarma y los trágicos acontecimientos que se siguen sucediendo, varios millones de españoles no trabajan, la deuda pública ronda el 120 por ciento de nuestro PIB y más de cien mil personas han muerto a consecuencia del Covid-19. Con tantas familias malviviendo de la caridad ajena, duelen las cuchilladas que se propinan los máximos representantes de nuestros partidos en su lucha por la poltrona, anteponiendo, como en Roma, su apetito electoral a los intereses de una cada vez más hambrienta plebe.