Hay momentos en la vida en los que la voluntad no es consecuencia de nada. La sociedad (según está) es el espacio que tiembla, y sin cambiar de aspecto quiebra. El tiempo no añade nada a lo muerto... Todo es el gesto grandilocuente de una parálisis, y lo peor es que nos obligan a andar. Creo que en nuestra imaginación ya no se reencarnan ni los recuerdos; así son los dramas; sí, un supremo grado de tristeza que con intensidad sonora nos aniquila lentamente.

Hace pocos días, junto a la cotidiano, vi a un hombre llorar. Me acerqué a él, y me coloqué al lado de su mochila. Al localizarme junto a ella escuché el maullido de un gato. Mi intención era saber que le pasaba; siempre he pensado que junto a lo humano está nuestra soledad no localizada. Era evidente que no estaba bien... ¡Hay momentos en la vida en los que uno no distingue el cielo de la tierra! Me estuvo contando que lo había perdido todo, y que de la noche a la mañana estaba en la calle. Me llamó la atención no ver en él ni un atisbo de impotencia, al contrario, su interés por expresarse era alucinante. Después de hablar un buen rato con él, me despedí y me marché. Al caminar unos pasos escuché: “señora, señora”, me giré para mirar, y lo vi con un gato en la mano. Le respondí “dígame”, con extraordinaria entereza me dijo: “Señora, no lo he perdido todo, mire: tengo un gato y 5 euros”.