Cuando la izquierda verdadera sale a la calle es democracia y cuando salen las derechas es la foto de Colón. O sea, el pueblo solo es pueblo cuando es progresista. Los últimos incidentes callejeros por la detención del rapero Hasél han crispado aún más los extremismos en este país desbocado. Medio gobierno está con los desórdenes y la policía autonómica catalana se ha quedado a los pies de los caballos.

En su regreso al monte, Iglesias ha lanzado su ya añeja ofensiva contra los medios de comunicación, que, a su juicio, son un poder organizado y, por supuesto, enemigos del progreso. La historia se compadece bien poco con esa afirmación. Porque si Podemos pudo cabalgar con éxito inimitable la ola de la indignación del 15-M fue, precisamente, gracias a esos medios de los que ahora abjura.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tiene un problema gordo que se esfuerza en minimizar. Su principal aliado vuelve a las esencias del partido antisistema que fue en sus orígenes. Persigue abiertamente la liquidación del “régimen del 78”, quiere instaurar una nueva república, se alinea con las fuerzas independentistas que ponen en cuestión el Estado y apuesta por las movilizaciones callejeras como fórmula democrática para rodear el Congreso, protestar por la condena a un rapero o hacer la compra gratis vandalizando los comercios de la ropa de marca.

La trayectoria de Podemos es bastante incoherente con ese regreso a los orígenes. Iglesias ha hecho, a nivel personal, casi todo lo contrario de lo que dijo. La mayoría de los fundadores del partido se han terminado marchando, disconformes con un caudillaje que ha provocado la desilusión de tanta gente que confió en ellos y la disolución de los principios que generaron el nuevo partido. Los cadáveres de Bescansa, Errejón o Teresa Rodríguez flotan plácidamente en el estanque de aceite donde bebe un líder que ya no ambiciona darle el sorpasso al PSOE, sino contener la sangría de votos que amenaza con dejarles en la cuota histórica de Izquierda Unida.

La idea de unas elecciones anticipadas no está tan lejos como parece. Si Iglesias le está echando un pulso a Pedro Sánchez, para conseguir imponer por el desorden y la inestabilidad lo que no consigue en los consejos de ministros, va a ser imposible la cohabitación. El presidente del Gobierno no puede esperar lealtad institucional de la derecha en los grandes temas de España, estragada como está por sus propias divisiones y por el desgaste del PP, y si se deshace su frágil alianza con la izquierda asilvestrada y los independentismos mantenerse en la Moncloa va a ser un calvario.

Lo que nos jugamos en los próximos meses, con la gestión de la inyección de miles de millones de euros a fondo perdido de Europa, es vacunar este país para la salida de la profunda crisis que estamos viviendo. Y eso no se puede hacer desde un Gobierno que tiene a la oposición dentro. O Podemos está negociando –a su manera– o está haciendo campaña electoral. Y eso último nos lleva de cabeza a las urnas.

El verdadero patriotismo

Resulta difícil de creer pero –tengo pruebas– el otro día un kilo de plátanos estaba en un conocido supermercado de nuestra capital a 7 euros. ¡Que se jodan los ricos! Existe una ola de nacionalismo agrario que defiende que si un aguacate tiene RH negativo, guanche hasta la pipa, hay que pagar por él un plus patriótico. Y lo mismo te digo del yogur. Y de cualquier cosa fabricada en el “kilómetro cero”. Porque ese dinero de más que pagas, al final –dicen– volverá a tu bolsillo. Yo eso no lo entiendo muy bien, pero son los misterios de la economía circular. Aquí lo único que no es patriótico son los sueldos. Y es una pena. Porque el trabajador de “kilómetro cero” igual debería pagarse más caro, digo yo, lo mismo que los aguacates. Pero va a ser que no. Si viene un prójimo de Guatemala y está dispuesto a trabajar a menor precio, el patriotismo patronal se esfuma. El AIEM solo debemos clavárselo a los productos de consumo que los canarios podrían comprar mucho más barato de fuera. En las islas tenemos una cesta de la compra de las más caras de España. Pero eso no se debe a la malla de impuestos y sobrecostos que les imponen a las mercancías, sino a la necesidad nacional de consumir productos guanches. Los agricultores dicen que de los 2.900 millones que nos gastamos en comer, a ellos solo les llegan 717 millones, porque el resto se lo ganan los que comercializan. Podrían haberse planteado hace tiempo crear redes de comercialización propias. Pero es mucho mejor quejarse. Al fin y al cabo, eso es Canarias. Una enorme queja prolongada en el tiempo. Una tierra que vive de las subvenciones, las ayudas y los impuestos. Porque en eso consiste el patriotismo canario, en el lamento y la mano tendida, para que alguien termine pagando lo que somos incapaces de ganar con nuestro talento.