Estos días se nos hace un anuncio muy importante y alegre: ¡dentro de 40 días celebraremos la Pascua! Y ya sabemos que esta es la fiesta más grande e importante de los cristianos. Y, si es la más importante, será la que más y mejor tenemos que preparar. ¿Y cómo prepararla? Las fiestas de la Iglesia están centradas en las celebraciones litúrgicas y en el corazón de los fieles. Se trata, por tanto, de una preparación, fundamentalmente, interior.

Para ello seguimos el ejemplo de Jesucristo, que, al comienzo de su Vida Pública, “fue empujado por el Espíritu” al desierto, donde se dejó tentar por el diablo, como leemos en el Evangelio de hoy. Allí se prepara para la misión, que, inmediatamente, va a comenzar y que tiene enormes dificultades, hasta terminar en la Cruz.

Como los grandes personajes de la Historia Santa, Jesús vendrá del desierto. ¡Siempre ha sido el desierto un punto de referencia en la Historia de la Salvación y la en vida de la Iglesia! Muchos cristianos, en los primeros siglos, se retiraban al desierto, y allí se dedicaban a la oración y a la penitencia. ¡Y todos necesitamos esa experiencia!

Y, si no podemos ir al desierto, de algún modo, tenemos que hacer desierto en nuestra vida, incluso, en nuestra propia casa. ¡Por aquí se comienza a entrar en la Cuaresma! En efecto, sin un encuentro con Dios, que nos llama y nos habla, no hay Cuaresma posible. Y sin Cuaresma, es decir, sin preparación, no habrá una Semana Santa verdadera ni unas buenas Fiestas de Pascua.

Y esta experiencia importante de la Cuaresma nos servirá de punto de referencia para el resto del año, porque siempre necesitamos algunos espacios de desierto en nuestra vida.

Antes hacíamos referencia a que el Evangelio de hoy nos dice que Jesús “se deja tentar” por Satanás. Y la tentación es real: Jesús se siente verdaderamente tentado; pero vence al enemigo, triunfa en la tentación. ¡Y esta victoria de Cristo prefigura su triunfo definitivo por su Resurrección, para cuya celebración nos preparamos!

Cuando comenzamos nuestro itinerario cuaresmal, también con sus tentaciones y dificultades, ¡cuánto nos ayuda y cuánto nos anima contemplar la figura de Cristo Vencedor!

Me impresiona cada año ver cómo el Papa y toda la Curia Romana se retiran a practicar los Ejercicios Espirituales en la primera semana de Cuaresma. Este año se adaptarán de algún modo por la pandemia. ¡Eso es tomar la Cuaresma en serio!

La primera lectura de hoy nos presenta la alianza del Señor con Noé al terminar el diluvio; y en la segunda, Pedro nos dice que aquello prefiguraba el bautismo, en el que el hombre consigue del Señor “una conciencia pura”. Con relación a este sacramento, la Cuaresma se celebra de dos formas distintas: los adultos, que van a ser bautizados la Noche Santa de la Pascua, intensificando su preparación para el bautismo y los demás sacramentos de iniciación cristiana; los que estamos ya bautizados, preparándonos para renovar en serio, en esa noche, nuestro bautismo como si comenzáramos de nuevo a ser cristianos. De un modo o de otro, la Cuaresma hay que celebrarla siempre en clave bautismal.

Y el Evangelio de hoy nos da la clave fundamental para todo este tiempo. Es lo que anuncia Jesús en Galilea: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”.

Y si alguien me preguntara: “¿Qué me aconseja para este tiempo de Cuaresma?”, le contestaría, sin ninguna duda: “Seguir fielmente la liturgia de cada día”.