Sólo los airados nostálgicos del palo y tentetieso, que no son pocos ni civilizados, los toscos exponentes de la ultraderecha norteamericana, lamentaron la derrota sin excusas del rubio Trump. Y, con la rabia de los perdedores ante la salida sin retorno de un fantoche de discurso hueco, asaltaron la sede de las cámaras parlamentarias y dejaron a los Estados Unidos en una situación de ridículo y bochorno que superó situaciones similares en cualquier área del mundo pobre que la superpotencia no ha dejado de condenar en los dos últimos siglos.

El 6 de enero se retrató con gritos y violencia a una nación rancia y sorprendida que no respondió en tiempo y forma a una agresión sin precedentes a la sede de los poderes democráticos. Ni el mismísimo Dios, al que tanto y tan ritualmente invocan, pudo salvarla de la afrenta. Pero todo pasa, como dijo Machado y, para bien del planeta, el cuatrienio del despropósito y la chulería ya es contemplado, y lo será aún más en el futuro, como la mayor muestra de torpeza, provocación, mal gusto y riesgo mundial que nos ofreció el joven siglo XXI. La irrupción de este individuo sin escrúpulos y empresario de dudosa reputación en la política se estudiará entre las caprichosas vueltas de tuerca de la historia y como advertencia de la cercanía del abismo inmerecido que amenaza a los mortales desde su aparición en el planeta.

Ya está el veterano Joe Biden, sin dudas ni alharacas, metido en los costosos remiendos a los rotos que provocó su ruidoso antecesor, e iniciando el retorno a las instituciones y foros internacionales abandonados por la destemplanza de un aventurero y xenófobo hijo de emigrantes –así es la rosa– que proyectó una nueva muralla china contra la inmigración vecina y que, irresponsable y antipatriota, ante su derrota sin paliativos alentó a las masas radicales a la toma del Capitolio.

Llegó la hora de la verdad y no caben medias tintas, dudas ni apaños. Con el impeachment asegurado por la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes –aunque no sea efectiva la destitución– es necesario que se vote en el Senado y que, con el voto de republicanos responsables, se sancione a Trump con su inhabilitación para el ejercicio de la política, que es lo menos que merece el cínico hostigador de resentidos contra un resultado electoral avalado por docenas de sentencias judiciales en los principales estados de la Unión. Es una obligada restitución del crédito perdido por la celosa guardiana de las democracias ajenas.