Sigue el baile de cierres y aperturas isleñas para atajar la pandemia. Casi de manera alternativa, entran unas y salen otras, activando medidas más o menos estandarizadas en las que siempre se echan en falta las ayudas empresariales.

De alguna manera, allá por marzo de 2020, los empresarios se solidarizaron con cargo a su cuenta de resultados con el cierre por el estado de alarma de manera coyuntural por su responsabilidad social.

Hoy en día, entramos y salimos de los cierres y confinamientos de manera estructural y, por los datos que se manejan hoy, tampoco podemos fiarnos de que las vacunas prometidas lleguen a la población de manera efectiva y rápida.

No hay viales suficientes, ni infraestructuras, ni se admite, por razones desconocidas, que el ejército, las clínicas, las mutuas o la propia sociedad civil organizada puedan ayudar a aumentar el ritmo de vacunación.

Habría que estudiar si algunas de las medidas tomadas son acertadas y al igual que se pone en marcha una medida sanitaria, automáticamente, se pusiera en marcha un incentivo económico, fiscal o social.

Si una empresa no tiene actividad, no tiene beneficios y no pagará impuestos directos si se acoge al impuesto de sociedades, pero ¿y los que pagan por módulos? ¿Y las tasas municipales? Los empresarios no pueden seguir pidiendo créditos para pagar tasas, cotizaciones e impuestos mientras se espera de ellos que mantengan empleo, o tipos de IGIC que asfixian su tesorería y cuenta de resultados.

Los presupuestos están aprobados y ya se valoran como insuficientes en su vertiente ordinaria y donde sobran superávits anteriores, inversión europea o carreteras, no hay capacidad administrativa ni agilidad burocrática que permita acceder a la ejecución de esos fondos a corto plazo.

Algo falla. Tal vez la aprobación del presupuesto debería haber venido acompañada de una ley extraordinaria para agilizar las inversiones y la aplicación del presupuesto, así como exenciones automáticas de tasas municipales, autonómicas o estatales.

Ahora es cuando se necesita la ayuda, no cuando el agua suba por encima del cuello y ya no piensas sino en subsistir, olvidándote de planificar el futuro, cada vez más incierto.