Hoy el mar estaba embravecido en la costa de Valleseco. Un grupo de jóvenes había acudido para “cabalgar las olas”. Estas venían en grupos, veloces, brillantes, soltando espuma, parecían, efectivamente caballos a los que montar. Nadaban a su encuentro, con las tablas pegadas al cuerpo, procurando alejarse lo más posible de la orilla, retándolas, bien saltando por encima o atravesándolas, felices de estas escasas ocasiones para la práctica de ese deporte.

Mientras les miraba, recordaba por la similitud del empuje de sus protagonistas la, para mí, mejor noticia de la semana: coincidiendo con el Año Internacional del Personal de Enfermería, su Colegio Oficial ha reconocido a los equipos del Hospital Universitario de La Candelaria, por su contribución al cuidado de las personas en este complicado año.

Comparaba la acción de estos muchachos, ufanos y decididos, tratando de “domar” los peligros del océano, con los profesionales de Enfermería que yo he conocido en el HUNSC durante estos 27 años de mi voluntariado de hospitales de la AECC. Gente que ha elegido ese trabajo porque poseen muchos valores y un coraje ilimitado. Peleones de la vida, les llamo yo porque sé, y veo, y conozco y observo, y escucho. El resumen de tanta experiencia es mi inquebrantable admiración por todos ellos.

Cantaba Yupanqui que él tenía tantos amigos que no los podía contar. Yo enumero a la mayoría de los míos por su nombre de pila: Alicia, Ana, Cande, Carlos, Juanjo, Juanma, Juanpe, Lucía, Maricruz, Mina, Raquel, Rosa, Ruth, Tere y tantos más… personas de las que puedo ignorar sus apellidos, estado civil o aficiones pero que se han ido incorporando a mi vida, para enriquecerla. Gente decente y fuerte, todos ellos del área de Enfermería en diferentes plantas y servicios del Hospital Universitario de La Candelaria. Sin ellos, la solidaria labor que la AECC lleva a cabo, no hubiese sido posible. Porque son los que, con mil tareas que hacer y con la mayor discreción, cuidan nuestro trabajo al constituir un soporte profesional imprescindible para que los servicios gratuitos de AECC se desarrollen de la forma más óptima.

En una ocasión, un cristal me perforó el pie y estuve esa semana trabajando con cierta cojera. El día que le comenté a otra voluntaria que me iría antes para acercarme a mi centro de salud a que me quitasen los puntos, una de las enfermeras me oyó y gritó “eso te lo hago yo en cuanto termine el turno”. Y aquellos minutos, con la pierna en alto, mientras ella me descosía la herida, ha sido un recuerdo intenso en mi vida. Tal vez porque, cuando terminó, se sacudió el menudo cuerpo y me regaló un “Ya está, compañera, ¿a que no ha dolido?”

Pues no, queridos compañeros, las heridas duelen menos con ustedes alrededor. Y este reconocimiento de su Colegio ha llegado al corazón del voluntariado de hospitales de la AECC y de su Coordinadora que les consideramos uno de los eslabones más importantes en la cadena de nuestros servicios porque gracias a ustedes nuestras batas blancas aecc pueden favorecer en los hospitales a un número mayor de pacientes y familiares. Y porque, encima, se lo más que merecen.