Ni la imparable expansión de la pandemia, ya en su tercera ola, y el consiguiente pavor ciudadano, ni la nevada del siglo y sus secuelas, restaron tiempo y repulsa a la penúltima venalidad del sujeto “peligroso y trastornado” (Nancy Pelosi dixit) que aún habita la Casa Blanca y que, en provocaciones y pifias, superó a los cuarenta y cinco políticos que le precedieron en la presidencia norteamericana. El excéntrico y fanfarrón Donald Trump, después de alentar la manifestación y asalto violento al Capitolio por una multitud enfurecida, ante la extraña pasividad de las fuerzas del orden, ya quedó en la historia tal y como se merece. Ahora, la pulcritud y transparencia de las actuaciones políticas y judiciales y las sanciones ajustadas a derecho serán los únicos argumentos para restituir, siquiera en parte, el prestigio perdido por la nación más poderosa del planeta.

Los actos del 6 de enero se inscriben en la crónica universal de la infamia y retratan a un megalómano, investigado por sus sospechosas relaciones con el Kremlin en las elecciones de 2016, y que cuestionó los comicios del pasado noviembre, organizados por su propia administración y ganados limpiamente por su oponente Joe Biden. Desde su derrota, y con el cuento del fraude, exaltó a la vieja derecha, a sus activistas evangélicos –a quienes apoyó con el creacionismo en las escuelas y el negacionismo a ultranza, del cambio climático para abajo– y a los miembros de la llamada White Trash (basura blanca) con una falsa conspiración para alejarle del poder. El bochornoso espectáculo lo contempló todo el mundo y llegó la hora de la política y de la justicia.

De la política para que, en su ámbito y con sus reglas, pruebe y censure en este caso la actuación de un miembro indigno y que sí, por razones temporales y garantías, no es posible aplicar inmediatamente las decisiones que procedan, evite su participación futura en la vida pública y su entrada en las instituciones democráticas. Hora de la justicia porque un golpe de estado no puede quedar impune en una democracia de amplio recorrido y que ejerce, por su potencial económico y militar y por su protagonismo internacional, un papel de tutela y arbitraje en lo que ella misma llamó mundo libre. Trump fue un costoso capricho y un feo borrón en el relato de los Estados Unidos y tanto a los demócratas como a los propios republicanos les interesa, depuradas y castigadas las responsabilidades, pasar página con la mayor urgencia. Y punto.