Las razones más obvias e inmediatas para explicar el accidente del barco de Fred Olsen en Agaete son muy sencillas: el mal estado de la mar y las fuertes rachas de viento que empujaron la embarcación hacia una baja próxima, donde embarrancó. Pero cabría preguntarse si el accidente habría ocurrido con el nuevo puerto que se había proyectado y que luego se abandonó. Porque Agaete necesita unas nuevas instalaciones más modernas y un puerto mejor diseñado, lo mismo que Los Cristianos, que ha llegado a su tope y demanda a gritos que se haga ese nuevo puerto de Fonsalía, que duerme el sueño de todas las grandes obras en esta isla. Si queremos establecer redes eficientes de transporte marítimo de viajeros y mercancías tendremos que apostar por puertos seguros, bien comunicados y con redes viarias con la suficiente capacidad para absorber los picos de tráfico. La realidad actual dista mucho de ser así. Las conexiones del transporte público por carretera no son buenas. Los accesos y la salida del puerto de Los Cristianos son un cuello de botella que en determinados momentos se tapona, para desesperación de los usuarios. En Los Cristianos encalló otro catamarán de Fred Olsen en una de esas maniobras de filigrana que tienen que hacer para atracar en nuestros complicados puertos interiores. Tenemos, desde hace muchos años gracias a dios, un mercado regional. Las mercancías y las personas van de una isla a otra todos los días. Y las administraciones públicas van por detrás de esa realidad, que les ha ganado por la mano.

Había hecho propósito de enmienda. Lo prometo. Año nuevo, vida nueva. Fuera el chocolate. Y las galletas. Y las tapas entre comidas. Los fritos a freír puñetas. Y el pan y las papas, para entrar en cetosis y ponerme de mala leche mientras se van quemando las toneladas de grasa que he acumulado en una maravillosa y feliz vida que no sé por qué llaman sedentaria, porque jamás se puede tener sed con una jarra de cerveza en la mano.

Había decidido cambiar. Me lo habían pedido mis miles y miles de lectores. “Eres un jodido pesimista. Y aunque tengas razón no haces más que escribir de todo lo malo que pasa. ¿No eres capaz de encontrar nada bueno, para poder reírnos un ratito?”. Este tipo de reflexiones se fue abriendo paso en mi interior como las dietas en el presupuesto de un diputado. Así que me propuse cambiar por dentro y por fuera. Este año tenía pensado enterrar el pesimismo en una fosa tan profunda como las esperanzas de un parado de encontrar un nuevo trabajo. Y además hacer deporte, para entrar en unos vaqueros que amenazan con estallar las costuras. Y comprarme unas gafas color esperanza. Y tralalá.

Y llegan los primeros días de enero y unos animales asaltan el Capitolio. Vale, es en los Estados Unidos. Aquí nos conformamos con rodear el Congreso y tirar las vallas de la policía. Y en Cataluña con darles un par de collejas a los diputados que intentaban salir del parlamento autonómico. O sea, peccata minuta comparado con los americanos que todo lo hacen a lo bestia. Pero tomarse a coña esas cosas, qué quieren que les diga, cuesta. Por mucho que en alguna de las fotos los americanos rebeldes se parecieran a una chirigota de Cádiz, el asunto es de los que ponen los pelos como escarpias.

La primera en la frente. Pero haces esfuerzos por no caer en lo negativo. Y entonces lees una noticia: La NASA (agencia espacial estadounidense) ha establecido el momento exacto del posible impacto de un asteroide contra la Tierra: el 6 de mayo de 2022. Y te acuerdas de tu señora madre y del gafe que llevamos en los últimos tiempos y de todos los santos del calendario. “Ya está. Lo que nos faltaba. Primero el virus y ahora el meteorito, como los dinosaurios”.

Pero calma. A pesar de que se ha publicado en periódicos muy serios –ya no sé ni lo que significa eso– la noticia no es cierta. El pedazo de roca 2009-JF1, de trece metros de diámetro –que es algo bastante modesto para los pedruscos que hay por ahí fuera– tiene una probabilidad de impactar con la Tierra de solo un 0,026%. O sea, una verdadera caca desde el punto de vista de las probabilidades. Pero si acaso terminara entrando en nuestra atmósfera, es seguro que se desintegrará, como la promesa de un político en campaña electoral.

Respiro aliviado. Esto no se acaba en mayo. Seguiremos en paro y en crisis muchos años más. Ahora no dirán que soy pesimista.