Durante muchos años a los canarios nos hicieron creer que ser canario era ser español, pero vivir con una hora menos, sin abrigos y cerca de la playa. Luego nos hicieron creer que ser canario era ser nacionalista, y que ser nacionalista era defender lo que nos hacía diferentes de aquellos que tomábamos como modelo para definirnos, es decir, de lo que pensábamos que era ‘ser español’. El nacionalismo es una corriente filosófica que surge a principios del XIX en Alemania, como reacción a los ideales democráticos de la revolución francesa. Aunque hay muchas ramificaciones, en último término viene a plantear que la ‘forma de ser’ de un pueblo no sólo es distinta y especial, sino que es mejor, y que por ello debería de tomarse como ejemplo a imitar. El nacionalismo acabó desembocando en el imperialismo: a partir del siglo XIX los ingleses, franceses, americanos, alemanes y, en menor medida, los españoles, estaban tan convencidos de que su cultura y su forma de ser era superior que se dedicaron a conquistar el mundo para extenderla.

Lo opuesto al nacionalismo es el cosmopolitismo. Éste plantea que todos los seres humanos pertenecen a una sola comunidad, que puede basarse en valores morales compartidos. Pese a lo que decían los nazis, no existen pueblos ni razas inferiores, ni superiores. Y no, los canarios no somos sólo una especie de versión descafeinada de los españoles. El cosmopolitismo parte de la idea de que todas las culturas y las formas de ser son igualmente válidas, y por eso a menudo se lo relaciona con el multiculturalismo. De la misma manera en que ser español o canario no es menos que ser alemán, sueco, o japonés, tampoco es más que ser moro, negro o sudaca. Y, desde luego, ser ‘canario’ no es más que ser peninsular, pero tampoco es menos. No es algo por lo que se nos deba compensar, como si fuéramos como el resto de los españoles, pero al tener ciertas ‘minusvalías’, como vivir muy lejos, tengamos derecho a ciertos tratamientos especiales.

Desde hace más de 500 años ser canario ha sido ser cosmopolita. Aquí, como anticipo de lo que luego sucedería en América, se mezcló una población local (aborígenes) con gente que eligió venir de otros lugares a intentar vivir su vida y con esclavos que vinieron forzados a trabajar en las plantaciones de caña de azúcar. Hay nacionalistas (españoles y canarios) que dicen enorgullecerse de ser de dónde son, básicamente porque eso les hace pensar que son mejores que aquellos que consideran inferiores (moros, sudacas, negros), pero que en el fondo siguen sintiendo un gran complejo de inferioridad hacia aquellos que creen superiores (europeos del norte). Los estudios antropológicos han demostrado que todos los pueblos dividen el mundo entre “nosotros” y “los otros”. En la antigüedad se hablaba de “romanos” y “bárbaros”, y en la época de mayor auge del imperio británico un chiste reflejaba esta idea: “Niebla en el Canal de la Mancha. Europa aislada”, pues para los británicos ellos eran el centro y Europa la que quedaba aislada. Nosotros, sin embargo, nos consideramos periféricos (ultra- periféricos) y asumimos que el centro son los otros. Ahora que se usa el término “personas con habilidades diferentes” para referirse a lo que antes se denominaba “personas minusválidas” hay quien asume que ser canario es tener algún tipo de minusvalía: “estamos lejos, tenemos un territorio fragmentado”, en vez de asumir que somos “ciudadanos con capacidades diferentes”.

Quizá cuando los canarios definamos nuestra identidad no por nuestras carencias, por aquello que no somos, sino por aquello que somos, tengamos vidas más plenas y felices. Mucho antes de que los americanos se inventaran lo del melting pot aquí se empezó a construir una sociedad cosmopolita. El carácter mestizo y cosmopolita de Canarias no es una ‘debilidad’, sino una fortaleza, pues se hace difícil pensar en cómo pueda sobrevivir la humanidad al siglo XXI si no es asumiendo el cosmopolitismo. Ser la frontera de la Unión Europa que casi toca el África sub- sahariana y mirar hacia América no es, como quieren verlo algunos, una debilidad. Justo lo contrario, es una fortaleza, porque nos permite convertirnos en un lugar privilegiado desde el que construir un mundo en el que todos los seres humanos tengamos cabida. Ya va siendo hora de que los canarios dejemos de auto percibirnos como españoles o europeos con minusvalías, y empecemos a asumir que lo que somos es ciudadanos del mundo con capacidades especiales. Pues pocos lugares hay en el planeta con las capacidades que tenemos en Canarias para pensar en cómo construir un mundo en el que todos podamos llevar una vida digna, independientemente del lugar en que nazcamos, del color de nuestra piel o de la cultura en que crezcamos.