Recordamos con cierta nostalgia las bromas que la prensa y los medios audiovisuales gastaban cada 28 de diciembre y que tomaron su nombre de la matanza de niños menores de dos años decretada por Herodes el Grande en la aldea de Belén. El suceso tiene su única fuente en el Evangelio de Mateo y las modernas investigaciones niegan su literalidad o reducen a una docena de niños en una comunidad con medio centenar de vecinos. En cualquier caso, la crudeza del suceso y su amplísima difusión en la historia del arte popularizaron la efeméride y, en época moderna, la aderezaron con mentiras veniales y soportables, sin dolo ni secuelas, en ámbitos familiares y amistosos mediante la pública difusión y, últimamente, en las redes sociales, algunas de las cuales ampliaron y amplían los engaños de toda índole y color a los doce meses.

Las boladas en papel nacieron con el siglo y, con mayor o menor gracia, aparecieron en diarios y semanarios de toda inspiración, desde los monárquicos y conservadores hasta los de filiación republicana. ABC difundió algunas boladas notables, como el derrumbe del viaducto de la calle Segovia con un efectista fotomontaje. También con truco, en 1913 informó del almuerzo de tres personalidades de primer nivel: el conde de Romanones, el líder populista Alejandro Lerroux y Pablo Iglesias, fundador de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista. Por unas horas la Villa y Corte vibró con la noticia y especuló sobre posibles y secretos acuerdos de los sonrientes comensales. Hasta el mentís de los interesados, muchos madrileños pudieron presumir de tribunos civilizados y sana política nacional. Con la fiebre, pulso y protagonistas actuales nadie, o casi nadie, picaría hoy con la réplica de la ingeniosa inocentada, ni con cualquier otra guasa de buen talante. Las fake news escaldan al personal y, por su mala baba, no dejan lugar a la sorpresa y la breve sonrisa. No obstante, las ocurrencias de buen gusto –como las chaquetas para controlar, a vista de pájaro, el tráfico urbano– tenemos que agradecerlas, en este caso a la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria, para no perder una buena y sana costumbre.