Detestamos a los ricos. Y hay ideologías que se sostienen, casi exclusivamente, en decirnos que esa riqueza es inmoral y que un día de estos vamos a encender las antorchas y a pasarlos por la piedra. Como hizo el comandante Chávez, en Venezuela, cuando fue diciendo “¡¡exprópiese!!” para quedarse con casas, empresas y fincas. Lo que pasa es que le cogió el gusto y terminó quitándoselo todo a todo el mundo.

Odiamos a los ricos, excepto que sean artistas o jugadores de fútbol o actores. Que un cuadro valga un potosí no nos mueve ni un pelo del bigote. O que Messi gane con una patada, entrenando, lo que nosotros en veinte años levantándonos a las seis de la mañana. Pero si el que tiene las perras es un banquero o el dueño de un negocio floreciente siempre acaba despertando el cabreo social. Nos repatea tanto que inventamos frases tan imbéciles como que “el dinero no da la felicidad”. Claro que no, pero la imita casi perfectamente.

Sin embargo, los hechos nos demuestran que, al fin y al cabo, queremos ser lo que odiamos. Y ahí están las cifras, sin trampa ni cartón. Más del 70% de la población adulta residente en España compra Lotería de Navidad. O sea que unos treinta millones de personas se meten la mano en el bolsillo para rascar veinte euros con la esperanza de dar un pelotazo. Según los expertos, este año el consumo se va a resentir porque la crisis económica nos ha deslomado. La previsión es que nos gastemos algo menos de los 69 euros del año pasado. O sea, “solo” 66 euros por cabeza, lo que equivale a un negocio que movilizará unos tres mil millones de euros. Y eso en la crisis más peluda.

¿Por qué ser millonario por un golpe de suerte nos parece estupendo de la muerte? ¿Por qué sonreímos viendo al tipo que sale en la portada de los periódicos con una botella de champán, ojos de mero y un trozo de papel que vale algunos millones? Nos revienta la gente que se ha hecho rica con sus empresas, pero sonreímos cuando le toca a un paniaguado como nosotros, gracias al azar de unas puñeteras bolitas. Sabemos que trabajando nadie se hace multimillonario, ni aunque viva diez vidas, pero creemos que algún día, si los hados nos bendicen, nosotros podríamos ser los de la foto.

La esperanza no tiene nada que ver con la inteligencia, sino con la estadística. No es que seamos tontos. Miren a Pablo Iglesias, que es un cerebrín. Cuando era un pelanas y vivía en un pisito de Vallecas, abominaba de los políticos que se compraban casoplones en las áreas residenciales. Y a la que se sacó la lotería con Podemos, se metió en una hipoteca para irse a un chalé con piscina. Lo ponemos a parir, pero en el fondo es lo que haríamos. Porque lo que nos revienta no es la riqueza. Solo que no sea nuestra.