No es aconsejable ponerse el traje de chamán y adoptar en el Parlamento el papel de intermediario para los asuntos espirituales. Se comienza mencionando al mito y componiendo un evangelio a medida, y se acaban manteniendo conversaciones exclusivas con la divinidad. Si hay algo a lo que se debería tener respeto, especialmente en un sistema que se declara laico, es a la relación con el misterio de lo desconocido, a la interpretación de las cuestiones que nacen en el interior de cada cual, tal vez en esa región indefinida en la que se gestan los recuerdos que dieron lugar al origen de todo. Es indiferente que el relato elegido resulte más o menos ingenuo y que las fábulas que se fueron inventando alteren las bases de la racionalidad, generando una constelación de elementos comerciales. No es casual que en las historias en que se basan las construcciones teológicas siempre haya un creador y jamás una creadora, un funcionario con túnica que diseña las leyes, ajusta las culpas y define tanto los premios como los castigos. No lo es tampoco, que la sombra de la catequesis reaparezca de forma sinuosa en la política, nada menos que citando a Jesús de Nazaret, cuyas supuestas enseñanzas –en este sentido, ¬los registros históricos son suficientemente evanescentes como para no otorgarles el carácter de verdades universales– apuntan más hacia una visión que considera a los seres humanos iguales, lo que difiere mucho de los principios sobre los que se construye el pensamiento conservador y de derechas. Dado que las escasas notas históricas con cierto grado de credibilidad proceden de algunos manuscritos griegos que hacen referencia a Flavio Josefo, posteriormente contextualizados y adaptados a su propia campaña por la iglesia católica, jugar a meter las creencias en la discusión política puede acabar activando nuevas polarizaciones, con un bando defendiendo el carácter divino de Jesús, otro sosteniendo que el verdadero Cristo era su hermano Jacob, y hasta un tercero enarbolando la autenticidad del Bautista. Sacar este tipo de cartas de la baraja para controlar al gobierno lo único que refleja es la escasez de argumentos para la crítica en manos de la oposición –y mira que los hay– y una enorme falta de respeto por parte del líder conservador hacia las cuestiones espirituales, exactamente lo contrario a aquello de lo que pretende alardear. Posiblemente el Jesús histórico fue un agitador y profeta judío que vivió en Palestina, que tal vez elaborara un marco para una religión universal, accesible a todos y basada en conductas virtuosas, en las que la solidaridad parecía tener un papel fundamental. No muy distinto a lo que han planteado otras figuras desde otras tradiciones. El concepto del Cristo místico es otra cosa, una especie de estado espiritual, una forma de conciencia que transciende tanto a la historia como a las interpretaciones sesgadas y partidarias. Teniendo en cuenta lo apretadamente que aprobó Casado su licenciatura y su máster, es lógico que no dispusiera de tiempo ni de ocasión para reflexionar sobre asuntos tan elevados.