Tras sucesivas prórrogas, los efectos de la pandemia en la economía volvieron imperiosa la necesidad de elaborar unos nuevos Presupuestos. Huelga decir que en las actuales circunstancias la tarea no resulta fácil. Pero la dificultad no los exime del preceptivo examen. Y el proyecto del gobierno que será debatido a partir de la próxima semana, en el pleno del Congreso, ha merecido una evaluación en general reticente por parte de organizaciones y autoridades tanto españolas como internacionales, que con suma prudencia han advertido sobre las previsiones de crecimiento e ingresos y el aumento de una deuda ya muy elevada. Con todo, el documento destinado a poner en orden nuestras cuentas públicas es más citado por el valor que le otorga su trasfondo político que por la importancia que se le supone para la recuperación de la economía.

Para Pedro Sánchez, la aprobación de los Presupuestos ha sido un objetivo político, coherente con toda su trayectoria desde que aspiró a dirigir el PSOE. Ha intentado alcanzar el poder de todas las maneras posibles hasta conseguirlo. Ahora, el acuerdo presupuestario lo blinda para el resto de la legislatura. O esto, al menos, es lo que se da por descontado. Porque si por un lado el apoyo anunciado de los partidos soberanistas a los Presupuestos afianza al gobierno, por otro lado el pacto con ellos ya está siendo una fuente de problemas para el jefe del ejecutivo y líder del PSOE. La incorporación de Bildu de la mano de Podemos a la coalición parlamentaria que sostiene al gobierno y la extemporánea propuesta fiscal de ERC han provocado un sobresalto en el panorama político que presenta visos de ser duradero.

Felipe González ha centrado correctamente la discusión en torno a las relaciones del gobierno con Bildu. Es una coalición legal, con representación parlamentaria, y la sociedad española tolera su actividad política. Pero tiene bien presente que su portavoz explicó el abandono de la violencia por ETA alegando tan solo que había dejado de ser un medio eficaz para conseguir sus fines políticos y ha valorado el voto a favor de los Presupuestos como un paso adelante hacia la república vasca. Además de la perturbación moral que les provoca el acercamiento del PSOE a Bildu, los españoles también se preguntan, pensando en el futuro, qué cabe esperar de la colaboración con fuerzas políticas que se proponen desmembrar el estado y que incluso lo han intentado saltándose la Constitución.

Cuando los Presupuestos, ya aprobados, estén camino del BOE, el eje de la política española se habrá desplazado a la izquierda. Pedro Sánchez ha aceptado las condiciones impuestas por Pablo Iglesias, entre ellas la de rechazar la mano tendida de Ciudadanos. La complicidad con Bildu le ha llevado a un punto de no retorno en su estrategia. La apuesta es confortable y prometedora para Podemos, pero es incómoda y puede resultar muy costosa para el PSOE. El desencuentro en el seno del gobierno es visible, las discrepancias dentro del partido socialista no obedecen únicamente a diferencias generacionales, mientras el país en su conjunto ahonda en sus divisiones y en la sociedad española crece la desconfianza y la distancia con el gobierno. Según el CIS, el 60% de los españoles han empeorado su opinión sobre la coalición durante la pandemia. Los sondeos estiman escasos movimientos entre los electores, pero nadie puede asegurar que todo vaya a seguir igual en los próximos meses. Los partidos están modificando sus posiciones y una cuarta parte de los votantes, en primer lugar los del PSOE, expresan dudas cuando se les pregunta por su intención de voto.

El primer objetivo de todo gobierno es tener continuidad. Sin una mayoría estable que lo respalde se convierte en todo un reto. Pedro Sánchez va a conseguirlo. No sabemos por cuánto tiempo ni a qué precio. La política española está lejos de estabilizarse. Más bien da signos de lo contrario. El gobierno persigue sus objetivos políticos, pero no está preparando al país para hacer frente a una crisis devastadora ni para que se embarque en la transformación histórica que alienta. Para eso haría falta un consenso más amplio y el gobierno no lo ha ofrecido directa y claramente, como debiera, al primer partido de la oposición. Pedro Sánchez ha preferido un acuerdo de parte y abiertamente hostil. Puede que un día pretenda corregir y, entonces, resulte demasiado tarde.