En estos momentos en que se presentan los presupuestos públicos no podemos perder de vista que son, tan solo, una previsión de aplicación presupuestaria si al final de su periodo, no se han ejecutado la totalidad de sus políticas y fondos.

Una gestión planificada sin la consecución de los objetivos para la que fueron aprobadas no sirve por si misma si no van acompañadas de la voluntad de mejorar y una importante dosis de voluntad de servicio. Lo de menos es liderar con una formación, oportunidad y suerte.

La sucesiva aprobación de leyes sin derogación de las preexistentes o ineficientes aumentan la burocracia y complica la ejecución presupuestaria porque su fin no era la solución del problema sino crear un entramado administrativo y legislativo que podría posibilitarlo, si bien han creado un arma para la paralización de proyectos en vez de mejorar y simplificar los trámites de los administrados.

Los presupuestos en un entorno de baja recaudación fiscal deben tratar sobre la perfecta combinación de recursos públicos y privados con medidas de austeridad en el gasto ineficiente y un sobreesfuerzo en la inversión productiva local cuyos resultados se pueden ver a medio plazo.

Estas propuestas administrativas deben generar confianza en las familias y en las empresas y no primar el sostenimiento “per se” de la gestión del día a día en detrimento de la sostenibilidad a largo plazo.

Seguimos primando lo urgente por encima de lo importante y desgraciadamente, mientras tanto, la recuperación económica no llega.