Me gusta ese viaje hacia el centro, lejos de la polarización, ese desplazamiento que hacemos y nos lleva a la relatividad. Todo es relativo en nuestras vidas, hasta algunos problemas pierden valor cuando llegan otros superiores; permanecer rígidos y en una misma posición regularmente, nos debilita, nos parte, nos hace frágiles.

Biden y Trump

Qué diferentes y qué necesarios, qué oportunos, qué deseados, qué opuestos y qué iguales. Así se gobernará Estados Unidos, desde esas dos perspectivas encontradas.

Estos días hemos leído infinidad de comentarios sobre unos y otros; durante la campaña americana han surgido muchísimas opiniones, a favor y en contra. Parecía que el mundo se terminaba; cómo podría dejar Trump la presidencia cuando su campaña ha sido de libro, mil veces mejor que la de Biden… y así un largo etcétera de opiniones acerca de la recién estrenada figura de Biden. Lees y relees comentarios y acusaciones que te llevan a la duda; seguramente muchas infundadas y otras que quedarán por aclarar.

Como todos los que amamos a las personas, posicionarnos nos cuesta porque apostamos por todo lo que hay detrás de los cargos públicos, los seres humanos valiosos que se encuentran detrás, los verdaderos. Trump es conocido, pero Biden, ¿qué ser humano esta ahí?

Ambos parecen la noche y el día, aunque quizás con pequeños pecados compartidos. Quizás los mismos pecados que saldrían a la luz si a todos nos enfocaran con luces de alfombra roja.

Joe, el ser humano que acaricia

Una vida que encajaría en un guión de cine. El candidato que durante medio siglo ha sido Senador y vicepresidente, una saga familiar que recuerda a los Kennedy.

Joseph Robinette Biden Jr, nació el 20 de noviembre de 1942, y creció en Scranton, Pensilvania, en una modesta familia de origen irlandés, muy católica. Su padre era un vendedor de coches, que perdió su empleo y la familia se instaló en Deleware cuando Joe tenia 10 años. Trabajó como salvavidas en una piscina de un barrio residente negro y allí aprendió las injusticias y desigualdades que le motivaron a iniciarse en política. Marcado por la Escuela de Derecho y la universidad, se convirtió en abogado en 1969, siempre orgulloso de sus orígenes obreros y de haber logrado superar su tartamudez; incluso hoy da consejos a jóvenes para ayudarles a superar ese trastorno.

Un hombre con talante conciliador, mediocampista en su época deportista, quizás con más potencial interno que energía exterior; compensada con ese despliegue mezcla de aplomo, compasión y mediación. Caracterizado por su capacidad para la gestión, que despliega en sus encuentros personales, gana enormemente en las distancias cortas; es amante del teléfono y de las conversaciones personales, y mucho menos de los discursos. Ama a las personas y la política exterior. Me recuerda más a los perfiles directivos y ejecutivos que a los que encontramos en la política al uso.

Su vida ha estado marcada por significadas pérdidas familiares, que en una época le llevaron a desestabilizarse y a desarrollar estrategias para recuperar el equilibrio. Ambiciones políticas truncadas, caídas constantes con capacidad de encaje, re-ilusionarse una y otra vez, ¿Débil, quizás? Lo dudo; quizás la resignación de adecuarse a unas y otras situaciones inesperadas le llevan a un estado de reflexión y de ajuste de expectativas equilibrantes para su vida. La ley de la relatividad la tiene muy ensayada, y eso le provoca un nivel de energía emocional muy sostenible.

Algunas decisiones impopulares han marcado su trayectoria, como su apoyo a la Guerra de Irak y su rol en la corte suprema. Todos coinciden en señalar que uno de sus grandes aciertos ha sido elegir a la Senadora Kamala Harris como su compañera de fórmula.

Al margen de sus imperfecciones, Biden es una ventana abierta al mundo. Necesitamos nuevas ventanas, cambios que generen otros cambios, hacernos reflexionar si vale la pena gestionar de otra manera; plantearnos que todos los liderazgos son útiles, incluso los que terminan, porque lo importante de un líder es gestionar su salida, no sólo su entrada. Yo me pregunto si nos estamos acostumbrando a generar realidades ciertamente destructivas cuando no nos salen las cosas como nos gustarían.

¿Para qué?

Siempre se han establecido unos límites que socialmente entendíamos que no podíamos sobrepasar, por la conveniencia de la imagen; imagen de país, de gestión o de una persona. Leí hace muchos años que “si no hay una necesidad real, para qué crearla y echar barro”, es la inutilidad del sufrimiento. Parece que ahora arrasamos con todo, aunque perdamos todos y, mientras, nos quedamos contemplando las caídas.

Para qué llevar a la duda a un país entero y exponerlo públicamente, para qué poner en tela de juicio una Corona in extremis, para qué arrastrar a personajes públicos incluso antes de iniciar una gestión, para qué empeñarnos en destruir más que en construir. Y para qué buscar pecados en otros que se inician en nuestros corazones, para qué buscar pecados capitales cometidos, cuando los tenemos en nuestra personal casilla de salida.

Nos hemos olvidado de algo tan básico como contemporizar, ¡rescatémoslo!