Pablo Iglesias y José Luis Rodríguez Zapatero han promovido una declaración de líderes latinoamericanos contra el golpismo. Pero no contra cualquier golpismo, sino contra el de la ultraderecha. Porque lo que se atisba es que "la principal amenaza a la democracia y la paz social en el siglo XXI es el golpismo de la ultraderecha" según dice el texto firmado en Bolivia, a donde acudieron los líderes republicanos españoles -para la toma de posesión del nuevo presidente del país andino- en la incómoda compañía del rey de España, Felipe VI.

A tenor de que en los últimos días han matado a casi una veintena de personas en Francia y Austria, por no hablar de los sangrientos atentados en Madrid, Londres o París, un servidor habría dicho que "la principal amenaza para la democracia y la paz social" en Europa es el terrorismo islámico. O incluso, ya puestos, la pandemia del coronavirus. ¡Pero qué voy a saber yo! Igual es verdad que Le Penn o Abascal son un peligro para la civilización contemporánea, aunque no vayan por ahí degollando a la gente por enseñar una caricatura de Mahoma. O tal vez Iglesias y ZP sean, políticamente hablando, unos gilipollas. Vete tú a saber.

La izquierda siempre ha tenido un doble e incómodo padecimiento: un complejo de superioridad moral estomagante y una prodigiosa ceguera para analizar sus propios errores. Son patologías que la derecha asilvestrada, desapegada de cualquier pretensión intelectual, nunca ha tenido.

Cuando el comunismo se derrumbó, tras el Muro de Berlín asomó el rostro del descarnado fracaso de un modelo social y económico que condenó a millones de personas al hambre y a la pobreza. Durante décadas, los más ilustres intelectuales de la izquierda europea se habían negado a ver que el modelo de sociedad que estaban defendiendo a capa y espada era un pudridero. Y los pocos que se atrevieron a cuestionar abiertamente al régimen comunista soviético y sus barbaridades, fueron considerados traidores. Hasta ahí llegó la terca ceguera.

El nuevo comunismo populista europeo nos está vendiendo el viejo crecepelo de un Estado totalitario. Los nietos de la perestrioka han desempolvado la momia de la Plaza Roja para seducirnos con la segunda edición de "una sociedad de iguales" que en su primer certamen acabó en tragedia. Y no podrían pedir vientos más favorables. La pandemia, la crisis económica y la pobreza está creando una nueva clase social de indignados. Pero esta vez el tsunami lo quieren cabalgar dos demagogias diferentes por los diferentes extremos de la gran ola.

Es comprensible que a Pablo Iglesias le parezca la ultraderecha su peor enemigo. Combate con él eficientemente en el terreno del populismo, las emociones y la demagogia. A las izquierdas más extremas de las democracias occidentales les ha surgido un incómodo competidor en el charco del cabreo social en donde pretenden pescar besugos. Y mientras unos y otros tiran de la misma cuerda, las democracias liberales, que nos han dado décadas de prosperidad y libertad, agonizan cada día en sus telediarios.