Como éramos pocos, parió la abuela. Desde que París y otras ocho ciudades francesas anunciaron que piensan establecer toque de queda, desde las nueve de la noche a las seis de la mañana, en España están planeando hacer exactamente lo mismo. Culo veo, culo quiero, como se dice en el castellano viejo y bruto.

A nuestras autoridades el coronavirus les cogió con los pantalones bajados. Tuvimos suficientes muestras de ello en marzo pasado. No dieron ni una en las medidas de prevención. Se equivocaron con la evaluación de la transmisión del patógeno. No nos hicimos con suficientes equipos de protección individual y se dieron mensajes confusos y contradictorios a la ciudadanía, como mascarilla ahora no y luego sí (“En esos momentos no sabíamos nada del virus”, dicen los expertos. ¿Ah no? Pues haberse callado, que en boca cerrada ni entran moscas ni salen tonterías).

Como en la primera ola se metió la pata a base de bien, en esta segunda el Gobierno no quiere volver a hacer el ridículo. Por eso decidió poner a las Comunidades Autónomas por delante. Pasa tu primero, que a mí me da la risa. Así cuando las cosas empiezan a ponerse chungas en Madrid o en La Rioja o en Burgos, siempre tienes el cogote de los responsables locales como ofrenda para el picadillo de los medios de comunicación y el desahogo de los ciudadanos.

En España todo sirve para hacer campaña. Hasta los virus y las pandemias. Pero el progresivo incremento de los contagios en toda Europa -y en nuestro país- está encendiendo todas las alertas. Los expertos vaticinaron una segunda ola y aquí la tenemos. Y lo que es peor, puede coincidir con las gripes estacionales. Los que anunciaban una vacuna para antes de ayer ya la están postergando hasta pasado mañana. Y las autoridades sanitarias nos dicen que nos preparemos para convivir con el coronavirus durante mucho tiempo.

En la primera oleada, cuando los contagios se nos fueron de las manos y las UCI estaban al límite de su capacidad, se confesó que el virus nos había cogido en bragas. Y es verdad. Lo hizo. A nosotros y a casi todo el mundo. Pero desde entonces hasta hoy nos han dicho una enormidad de veces que se han contratado miles de nuevos profesionales de Salud y que se ha invertido en la Sanidad pública lo que no está escrito. Es decir, ocho meses después no me vengan a decir que no se ha podido preparar el Sistema de Salud para la segunda ola. Habrá respiradores de sobra, equipos de protección y medios materiales y humanos a punta pala. Porque si no es así, estas Navidades deberíamos colgar del arbolito otro tipo de bolas.

Confinar a todo el país para contener el virus fue tan efectivo como llevarle a la guillotina para curarle un dolor de cabeza. El daño económico ha sido brutal y tardaremos años en recuperarnos. Establecer un toque de queda sería la puntilla definitiva para miles de restaurantes y locales de ocio. Me temo que estamos ante un nuevo desastre.

El recorte

Qué feo todo esto. Bueno, pues ya estamos. Por un lado las repúblicas feministas -entre una y diecisiete, supongo- y por el otro una España cara al sol con la camisa de toda la vida. Y en medio, el desierto. La política se ha convertido en una cadena de tuits. Todos los inmigrantes vienen a robarnos el trabajo y a islamizar el país. Todos los hombres son potencialmente machistas violentos. Todos los ricos han hecho su fortuna robando a los pobres, excepto los que han ganado el euromillón y los jugadores del Real Madrid. Este país se ha convertido en una cámara de resonancia de la estupidez. Un partido de tenis con las derechas y las izquierdas extremas lanzándose pelotas de un lado al otro de la pista con millones de ciudadanos en medio, como una red en donde impactan las bolas perdidas. Nos adentramos en la peor crisis que haya vivido este país. Pero nuestros políticos, los que gobiernan y los que no, han decidido cambiar la historia por la histeria. Entre el ruido y la furia todo lo que crece es tóxico y oportunista. Casi tres millones de pequeñas empresas carecen de seguridad jurídica y no saben lo que les espera el día de mañana. Millones de trabajadores se verán abocados al paro y a la supervivencia. Y un ejército de idiotas bienintencionados sigue pensando que el Estado puede sostener a todo el mundo, cuando resulta que es todo el mundo el que sostiene al Estado. Si sobrevivimos a todo esto no será por todos estos. Será de puñetero milagro.