No sé qué nombre pondrán a la nueva parida social que se les ocurra el mes que viene. Igual es el Salario Canario Fantasma o el Ingreso de Nunca Jamás. Pero estoy seguro que quien intente cobrarlo se morirá de hambre por el camino. A mayor necesidad mayor velocidad. O sea, que ante una familia que necesita un ingreso para comer, nuestras administraciones públicas deberían dejarse de coñas marineras. Pero no es así. Nada escapa a los efectos demoledores de la maraña de trámites y procedimientos que se han fabricado para que todo se vuelva irremediablemente lento. Y acaso imposible. Martín Chirino le dedicó al Parlamento canario la espiral de un caracol. Un visionario.

Si uno escucha a los dirigentes políticos da la sensación de que el coronavirus ha sido una especie de lotería. Dice el ministro Escrivá que nos seguirán dando cada mes los cientos de millones de los ERTE. La ministra de Hacienda ha asegurado que nos va a mandar a Canarias 4.800 millones y lo ha jurado por sus rizos rebeldes. Una señora que anda por ahí, Reyes Maroto, que al parecer se ocupa de los entierros en el Gobierno, declaró públicamente que estaban preparando un plan de turismo para Canarias (un plan que nadie ha explicado y que debe estar dando la vuelta al mundo, porque está tardando una enormidad en llegar a las islas). Y el Gobierno regional, además, ha redactado un plan de reactivación de nuestra economía en el que se van a gastar entre cinco y dieciocho mil millones, porque aún no han terminado de peinarlo.

Nos van a mandar los quinientos millones que nos sisaron del convenio de carreteras. Y nos adelantarán seiscientos millones a cuenta por la financiación (aunque nadie dice que ese es un dinero que tendremos que devolver cuando más jeringados estemos). Y han anunciado que en el presupuesto del año habrá más dinero que en el de este año.

O sea, que nos quejamos de vicio. Al final va a resultar que no tenemos tantísimos parados y que esa gente de las ONG, que están lívidas por el aumento de las colas en sus comedores sociales, lo que están haciendo es puro alarmismo gratuito. No pasa nada. No seamos pesimistas. Que haya desaparecido el turismo se cargará las empresas y el mercado de trabajo en Canarias, pero a cambio nos abrirá las puertas a vivir de un sueldito que nos gestionará esta buena gente que lleva los asuntos públicos. Ya le estarán buscando nombre. Qué prometedor.

Nuestro único trabajo, el año que viene, será el de hacer colas y extender la mano. O sea, viviremos como ha vivido Canarias durante las últimas décadas: del subsidio, la subvención y la lloradita. Pero como las ayudas de intensos acrónimos, como el IMV, el ICE o la PCI o la VATXC (la Vete A Tomar por Cafarnaún) tardarán unos miles de años, vaya usted comiendo fuerte un par de días. No sea que cuando lleguen los seiscientos euros la haya palmado de hambre.

El recorte

Una pérdida irreparable. En vez de mascarita, mascarilla. Nos han quitado los Carnavales de 2021. Una noticia que me ha dejado devastado. A ver, Bermúdez, es que no tienes entrañas. ¿Me vas a condenar el próximo año a no oler ese inimitable aroma a meados y zotal cuando camine por las calles del centro de la capital? ¿De verdad me lo estás diciendo? ¿Me voy a tener que dormir a las doce de la noche sin escuchar el tunda tunda de esos malditos artefactos con ruedas que hacen más ruido que el despegue del Apolo XIII y dos piedras? ¿Nos vamos a quedar sin ver a esas atletas que arrastran dos toneladas de pedrerías, plumas, cartón piedra y alambres para que las elijan reinas? ¿Y la agricultura? ¿Es que nadie ha pensado que necesitamos que llueva en esas fechas y que si no hay fiesta igual no cae ni una gota? El pueblo de esta invicta ciudad, puerto y plaza ha sido vencido por un maldito virus que ha conseguido lo que no pudieron lograr ni Franco, ni los obispos, ni la censura, ni una calima que no te dejaba ver la punta de los zapatos. No se montarán las carpas de los hospitales de campaña, con sus bellos paisajes de camillas atestadas de jovenzuelos afectados por un coma etílico. Y lo que es peor, no se tendrá que recoger de nuestras calles las más de doscientas toneladas de basuras y restos de vomitonas que deja nuestra ciudadanía sostenible, espejo de responsabilidad donde se mira el mundo mundial. ¡Vaya disgusto que me he llevado!