Está claro que alguien en el nuevo Gobierno canario es un gafe de muchísimo cuidado. A algunos nos olió a chamusquina, y nunca peor dicho, cuando nada más tomar posesión Ángel Víctor Torres se nos quemó media isla de Gran Canaria. El presidente tenía que haberse dado cuenta ya del caminar de la perrita. Pero el hombre, todo tiznado, estaba a lo suyo.

El gafe es tan mayúsculo que, desde entonces, no han cesado las calamidades. Que si se hunde Thomas Cook. Que si se manda a mudar Ryanair. Que si nos asfixiamos con la peor calima que se recuerda. Que si se nos funden los plomos de toda la isla y nos metemos seis horas atrapados en el ascensor. Que si viene una gripita de nada que luego resulta una pandemia mundial que se ha cargado el turismo. El desastre para los socialistas ha sido de tal magnitud que solo en un año han cesado dos consejeras y tres directores de Salud, han perdido la Alcaldía de Santa Cruz y tienen la de Arona a punto de caramelo. Si no descubren quién está haciendo el mal de ojo a a todos me temo que vamos a petarla.

Pero hasta las peores situaciones tienen su lado bueno. Solo hay que saber encontrarlo. Durante los últimos años hemos disfrutado de un periodo de bonanza inflacionaria. En Canarias ha crecido todo. Llegamos a los dieciséis millones de visitantes. Los alquileres se situaron en las nubes y el precio del metro cuadrado en las grandes ciudades o en esos sures de dios se puso tan prohibitivo como aspirar a comprarse un nicho en el cementerio.

Pongámonos la zarpa en el ventrículo derecho para reconocer que hemos vivido como nuevos ricos. La prosperidad ha llegado a casi todas partes aunque, como siempre, ha llovido más en las fincas de unos que en las macetas de otros. Pero bueno, nadie ha dicho que la vida sea perfecta. Y a lo largo de estos años, a mí me ha pasado como a la propia sociedad de mi tierra: he acumulado una importante cantidad de grasa absolutamente inútil.

O lo que es lo mismo, que me he puesto gordo como una pandorga.

Cuando uno tiene cierta edad y escepticismo, el único deporte decente que se puede practicar sin riesgo para la salud es el levantamiento de tenedor. El compromiso con el patriotismo y con la suerte de vivir aquí me ha obligado, además, a un insano consumo de cerveza canaria, que como todo el mundo sabe es propiedad de unos sudafricanos. Y todos esos saludables y maravillosos hábitos de vida, alejados de ese nueva y tóxica obsesión por los gimnasios, el deporte y las mallas, ha hecho que un servidor se haya desvarado hasta proporciones bíblicas.

Agoniado al comprobar que, una vez más, mi ropa del verano del año pasado parece de otro ser humano mucho más flaco, había decidido poner mi destino en manos del maldito deporte y sus riesgos cardiovasculares. Pero hete aquí que el gafe me va a solucionar la vida. La temporada de invierno del turismo canario se ha ido a freír puñetas. Alemania nos ha puesto en la lista negra. Las empresas nos han reducido el sueldo a la mitad a los que tenemos la suerte de tener un trabajo. Y Pedro Sánchez parece decidido a que durante los próximos meses la dieta de todos los canarios sea escaldón de gofio de millo y pescado salado.

Alabado sea el señor. Si tenemos la misma suerte que hemos disfrutado hasta ahora, en seis meses vamos a pasar un hambre canina. Me voy a poner como una sílfide. Y lo que es mejor, todos los canarios, canarias, canaries —e incluso los inmigrantes acogidos en ceretas o alojados en resorts turísticos— vamos a quedar tan elegantemente flacos que podremos pasar sin problemas por el culo de una aguja. O sea, que bien mirado, no hay gafe que por bien no venga.