Debe de ser el único don que la vida me ha concedido, pero clavo el fondo de mis semejantes. Quiero decir que puede que ignore sus defectos y virtudes pero sé reconocer su fundamento. Nunca digo "me han engañado" porque, en realidad, lo que ha ocurrido es que me he dejado llevar en una situación, sin más transcendencia, y donde sus consecuencias, ya previsibles, no han sido comprometidas. Ello al margen de que todos, absolutamente todos nosotros, seamos unos completos egoístas, siempre dispuestos a atrapar, a golpes, el único salvavidas entre un grupo ahogándose o actuemos con igual voracidad personal en cualquier circunstancia similar.

Con los políticos, acierto no en lo que harán porque la política es un vaivén de decisiones contrapuestas a las que, muchas veces, no ha tenido acceso ni quien las corrobora (cómo, si no, tendría cabida en el sentido común que alguien como Calviño sea vicepresidenta "tercera" y alguien que no le ata los zapatos como Iglesias sea "segundo"), sino en cómo son moralmente, en lo que llevan dentro. Si son inofensivos o capaces de mentiras y subterfugios para tumbar al contrario, si les guía el bienestar general o la conveniencia propia. En fin, que si resultó mejor el proceso de su concepción por parte de sus progenitores que el resultado final.

De modo que observo a Torres, el último presidente del Gobierno de Canarias, al que, con los tiempos difíciles que corren, me he asignado el deber cívico de, por ahora, remar a su lado y si hace falta, defenderlo a gritos, capaz él de aguantar tan estoicamente a una mosca (cabroncita, seguramente que asidua de botellón, en desacuerdo con las nuevas medidas anticovid), zumbando a su alrededor y picoteándolo de continuo, durante la rueda de prensa del jueves 13. Y no puedo evitar imaginar al honorable melómano masón Jerónimo Saavedra en semejante trance, parando el acto y dándole al insecto una charla con su mágica habla sobre los buenos modales en público. O a Adán Martín aquel inolvidable caballero, un "deja de molestar que las preguntas las contestaré al final". Lo contrario de Paulino Rivero, que la hubiese visto como una representación del resto del mundo, todos en su contra, con lo que él valía€

Y, naturalmente el pensamiento se retoza hacia Clavijo y esto ya es capítulo aparte. Tengo la seguridad de que hubiese ametrallado al animal con la mirada. Con aquellos ojos que decían lo que su boca no, en enfrentamientos con los opositores, de desgana en un evento imposible de eludir, frente a la calidez del encuentro con alguien fiable€

Y aprovecho para decir, de este último, que me alegro de la sentencia favorable que yo ya sabía por aquello de la incuestionable intuición de la que alardeo. La misma que me lleva a considerar una distorsión victimista la queja de un opositor suyo en el ayuntamiento de La Laguna, sobre la elección de abogado (que es "caro" se lamenta, con tanta gracia que uno hasta perdona el dislate), cuando, en todo caso, quienes deberíamos protestar de que esa factura no la paguen quienes iniciaron semejante embolado somos nosotros, el pueblo, tan inocente como el acusado y tan desorientado como la mosca de la conferencia de prensa.