Últimamente se está despertando en mí la caja de los recuerdos. Debe ser que con los años vamos perdiendo memoria a corto plazo y escarbando en aquella a largo plazo que llenó las primeras experiencias de nuestra vida. ¿Me estaré haciendo viejo?

En este último tiempo he tenido la suerte de colaborar en la elaboración del Reglamento de Participación Ciudadana de la Ayuntamiento de La Laguna. Ha sido una experiencia hermosa de diálogo y pluralismo, de colaboración participativa. Y en este marco he recordado aquellas fiestas populares que llenaban los agostos de mi infancia y juventud.

Recuerdo aquellas comisiones de fiestas entrantes y salientes, y cómo dedicaban tiempo a recaudar los medios económicos para la realización de los actos populares de las fiestas patronales. Cómo se medía el trabajo de la comisión de fiestas por los fuegos artificiales con los que concluían y las fantásticas pelanas con aquella comida de fraternidad. Apenas había intervención municipal más allá de la autorización de los eventos que se organizaban y la presencia de la policía local para garantizar el tráfico y la seguridad. Recuerdo que, en ocasiones, se nombraba la comisión de fiestas de Venezuela que, en otros tiempos de bonanza americana, contribuía económicamente al esplendor de los actos festivos. Los vecinos usaban los garajes para pegar los papeles a los hilos con los que se decoraban las calles y la plaza. Todo manufacturado por los vecinos. Las banderas se colocaban y guardaban de un año para otro, como expresiones visuales de que este barrio estaba en fiestas. Eran momentos de profunda solidaridad vecinal, de restablecimiento de concordias perdidas y de volver a sentir la alegría compartida de la solidaridad.

Luego llegaron las aportaciones económicas de los ayuntamientos. Y con ello, las concejalías de fiestas que se comenzaron a encargar de la organización de los eventos festivos. Los fuegos artificiales ya son parte del presupuesto de fiesta el Excmo. Ayuntamiento en cuestión. Y con ello, todos disfrutamos de las fiestas y nadie tiene que dedicar tanto tiempo a la búsqueda de recursos y a la decoración de los espacios públicos, que para eso hay personal municipal que se dedica a tales labores. Los programas de fiesta, que ya no tienen la necesidad de incluir el elenco de comercios y talleres del barrio que se conservaban como listín telefónico, ya no han abandonado el dejarle al Sr. Alcalde la primera página para que salude a los vecinos. ¡Qué menos, con lo que aportan para las fiestas!

No juzgo los buenos deseos subyacentes, pero sí me parecen medios que han eliminado del horizonte social niveles de participación ciudadana. No se escatiman los recursos y la gente lo agradece, pues la fiesta tiene un itinerario simple: de casa a la fiesta.

Ya no hace falta complicarse la vida todo el año para organizar la fiesta. Nos la organizan, nos la sirven en bandeja y la comemos cualquiera que sea el menú dispuesto. Lástima que en ocasiones sean más actos políticos que festivos, pero es la inevitable consecuencia de la gestión administrativa de los eventos sociales.

Podríamos hablar del principio de subsidiariedad como conclusión. Pero no lo voy a hacer.

Prefiero invitar a los lectores a vacunarse del intervencionismo administrativo y a generar la creatividad que nos ayuda a todos a enriquecer la convivencia ciudadana. Debemos reconocer que cada uno de nosotros es sujeto social y sujeto de derechos y deberes. No nos conviene que coloquen sobre nuestros hombros la albarda de condición de objeto de la preocupación administrativa.

Está bien su preocupación, pero sin limitar la libertad de participación de las personas que convivimos y que somos las que construimos la sociedad en sus múltiples dimensiones económicas, culturales, artísticas y espirituales. Los pueblos se organizan, claro que sí; pero no deben perder su capacidad de participación al bien de todos.

Participar no se puede reducir a votar on line el programa de fiestas municipalmente elaborado.

(*) Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife