No cabe duda que la anestesia, término derivado del griego y que significa «insensibilidad», ha sido uno de los avances médicos de mayor relevancia y consecuencias positivas en la salud de las personas. No quiero ni pensar cómo debían ser las cirugías en otras épocas sin anestesia. La insensibilidad corporal elimina el dolor causado por una extracción dental o por una incisión para extirpar cualquier tumor o zona enferma.

Si esta insensibilidad es médicamente beneficiosa, hay otras insensibilidades que son más bien peligrosas, porque limitan a la persona al insensibilizar sus capacidades superiores. La insensibilidad anímica puede ser, incluso, manifestación de una enfermedad mental como la que padecen los psicópatas que son insensibles al dolor ajeno por su trastorno antisocial de personalidad. Otros son insensibles por deseo personal, narcotizando y eliminando la sensibilidad social de muchas maneras. De esa insensibilidad, cuando es buscada y conseguida personalmente, es de la que hemos de espantarnos como los gatos del agua fría. Y de esas, "haberlas, las hay".

Estas anestesias del alma que incapacitan para la compasión, la misericordia, la acogida al distinto, la pena frente al dolor ajeno, son muchas veces decididas. Una sociedad compuesta por personas anestesiadas en este sentido es una selva. No es un mundo habitable. Porque lo que nos caracteriza como seres humanos es esa mirada empática que es capaz de implicarse en las soluciones de los problemas que no nos afectan personalmente. Nos organizamos de manera que los demás, cuando menos, no sufran; cuando más, disfruten de la condición de personas.

Hay variedad de medios anestésicos al respecto. El uso y dependencia de los medios tecnológicos y de las redes sociales pueden serlo. La ideologización del pensamiento amputando la lógica y la razón en aras de la conquista de posturas individuales de un determinado grupo pueden serlo. El afán desmedido por el éxito personal o de grupo, además, lo es sin duda.

El sistema educativo, que está en trance de reformarse por parte del Gobierno de la Nación, debe ser una herramienta de sensibilización. Esto es muy importante. Creamos un sistema para las futuras generaciones y no debemos dejarles desprotegidos e incapaces de tener aquella sensibilidad que humaniza la vida social. Decía San Agustín que la inteligencia y la voluntad son las potencias del alma, o sea, lo que hace persona humana a la naturaleza humana como posibilidad y como hecho. Nada que insensibilice sobre la búsqueda de la verdad (inteligencia) o insensibilice sobre la acción activa hacia el bien (voluntad) debería tener cabida en un proyecto educativo.

Porque si no sabemos (inteligencia) y no podemos (voluntad), ¿cómo puede un pueblo ser libre? Y ser libres es la única forma de ser humanos. La adicción a las nuevas tecnologías vinculadas a internet es el efecto negativo, por exceso, de una herramienta buena y útil. La desinformación mediática y la ideologización de las posturas políticas que empañan todo lo que tocan, es el efecto malo del compromiso y la participación en la vida pública. La educación del espíritu crítico es, sin duda, el antídoto para esta anestesia de la libertad que sufrimos y, de no hacer nada al respecto, sufriremos o sufrirán los que nos hereden.

La mentira anestesia la libertad, como la verdad la estimula y la realiza. Y sin duda, el marketing comercial vinculado a los medios de comunicación y las obsesiones políticas han convertido la mentira en un medio justificable.

Y no está bien anestesiar la libertad de la gente.

(*) Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife