Leo en algún lado que la destitución del director insular de Cultura del Cabildo de Tenerife, Leopoldo Santos, puede generar una crisis entre el PSOE y Ciudadanos. Lo asumo como una broma. El despido de Santos resulta tan irrelevante como lo es la política cultural en la corporación insular. Llegó al cargo bajo la protección del presidente del Cabildo, Pedro Martín, pero pronto tropezó con dos problemas obvios. Primero, la ausencia de un verdadero proyecto cultural por parte del gobierno insular; segundo, una incapacidad manifiesta de entenderse con la consejera de Cultura, Concepción Rivero, quien a pesar de la bonhomía y adaptabilidad de Santos, siempre lo consideró un infiltrado. Enrique Arriaga, el vicepresidente primero y superviviente en Ciudadanos, abundaba en esa misma opinión, y comentan que estuvo buscando pruebas de que Santos era o había sido simpatizante o militante de Coalición Canaria y por las noches quemaba velas negras invocando a José Luis Perestelo o a Carlos Alonso. Es una corriente religiosa que se ha extendido mucho a lo largo del último año.

El señor Arriaga no ha hecho nada, absolutamente nada, en carreteras, movilidad e innovación, sus áreas competenciales, pero no hay que ponerse nervioso. En estos casos el manual indica que lo que hay que decir: "Coalición Canaria gobernó veinte/treinta/cincuenta años y no puede arreglarlo todo en uno". Es una forma tan sencilla como curiosa de exonerarse de cualquier responsabilidad. En cambio, el vicepresidente Arriaga le tienta mucho el control de los funcionarios (él mismo pertenece a la élite funcionarial de la corporación) y entiende que la autoridad consiste en montar bronquitas de vez en cuando para que todos sepan, maldita sea, quién es el que gobierna aquí. Hace unos meses se organizaba un acto cultural y Arriaga criticó duramente a unos operarios. Con el súbito valor que a veces electriza a los tímidos, Santos explicó al vicepresidente que estaba a su disposición para atender cualquier crítica, pero que la organización del acto era cosa suya y de su equipo. Imagino que quedó sentenciado.

Fue sorprendente que el PSOE cediera en el Cabildo de Tenerife como en el ayuntamiento de Santa Cruz un área como la gestión cultural a un partido, Ciudadanos, que jamás ha mostrado ningún interés por la política cultural. Sin duda se consideró un precio aceptable por alcanzar el poder -porque, en contra de los relatos de unicornios, hadas y súcubos de los últimos días todos los partidos tienen como objeto alcanzar el poder, y si no lo consiguen, desaparecen- pero eso no es todo. La parte más importante es que el PSOE (actual) jamás perfilado estratégica y programáticamente su modelo de intervención cultural, y la peor es que tampoco lo han hecho ni CC ni el PP. Es extraordinario que esto ocurra con un sector económico y profesional que se encuentra entre los más diagnosticados en los últimos quince años. Recursos, ocasiones y legislaturas miserablemente perdidas desde una ignorancia compartida de la cultura como un derecho cívico, una industria emergente y un instrumento de comprensión y crítica imprescindible en una sociedad civil autónoma, evolucionada y soportable. Santos es una anécdota más. Nuestra aristocracia política, cuando oye la palabra cultura, ni siquiera amartilla el revólver: sopla un matasuegras.